Cuando nací aun no sabía leer. Dios no es perfecto. La escuela pública completó la obra divina. Pronto descubrí, como muy bien sabía Paul Eluard, que había otros mundos pero que estaban en este y que los libros eran portales de acceso privilegiado a los mismos.
Montado en artefactos cada vez más complejos, exploré sin descanso la galaxia de Guttemberg. De cada expedición volvía con los ojos más abiertos, las manos más llenas y el alma más grande. Leía promiscuamente y sin tomar precauciones y contraje por ello varias enfermedades de transmisión textual, para las que no existe cura conocida. Sufro desde entonces estos trastornos en silencio, pero uno de sus síntomas se hace evidente cada vez que abro la boca, la literatosis me delata.
Después de cien años de soledad, cincuenta buscando el tiempo perdido y veinticinco persiguiendo ballenas albinas en medio del ruido y la furia, una crisis existencial de las que vienen en los manuales de psicología evolutiva confirmó lo que sospechaba, a saber: que a mi vida sólo le darían sentido las mujeres amadas, los libros leídos y las montañas escaladas. En aquel momento aun no tenía hijos y desconocía el efecto sanador de dar amor de forma incondicional.
Descubrí el oficio de librero y con él la posibilidad habitual de los contagios bidireccionales entre letraheridos. Para ampliar la capacidad de prescripción librera ideé un artefacto digital capaz de provocar afinidades e infinidades electivas entre textos de toda índole (y en esas estamos).
Leer no me cansa. Respirar, tampoco. Ambas cosas evitan que me muera. Pero leer, además, me permite escapar a la conjura de los necios y descubrir que hay un Dios en cada pequeña cosa, que amar es un arte y vivir un oficio, que a pesar de su levedad el ser es lo único soportable y que como todos seremos olvido nuestro lugar debe estar al otro lado del río, entre los árboles, cerca del corazón salvaje.
Para acabar, os dejo un decálogo con los diez mandamientos del buen escritor/lector. Su fiel cumplimiento garantiza la vida eterna en el paraíso, que como decía Borges, debe ser algún tipo de biblioteca:
- Amarás la palabra sobre todas las cosas.
- No leerás en vano.
- Santificarás las Ferias del Libro y demás eventos literarios.
- Honrarás a editores y libreros.
- No matarás la creatividad ni la imaginación
- No cometerás actos impuros tras leer a Sade o a Sacher-Masoch.
- No robarás las ideas del prójimo (sólo las intertextualizarás).
- No levantarás falsas reseñas ni plagiarás.
- No consentirás pensamientos impuros, a menos que los expreses con elegante sintaxis y audaces metáforas.
- No codiciarás los textos del prójimo.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: AMARÁS AL LIBRO SOBRE TODAS LAS COSAS Y A MARCEL PROUST COMO A TI MISMO.
Por Bruno Montano, responsable del Blog literario Trabalibros.com
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