La maleta preparada desde el día anterior, obscenamente grande y pesada. Esta vez la imagen le repugnó. No era lo que quería, ni lo que necesitaba. Sin pensarlo demasiado, rellenó una mochila con libros y un poco de ropa.
- Aquel, coge aquel de allí.
- No me atrae, parece aburrido.
- Mira este qué portada tan sugerente.
- No sé, no conozco al autor.
- Toma este. Lo leí hace unos meses y me encantó.
- Es que tiene muchas páginas.
Como de costumbre, salió de la librería con el último best-seller entre las manos. Mientras, Camus, Hemingway y Kafka seguían esperando al lector capaz de superar sus prejuicios y escoger un clásico.
No lo entiendes -me dijo, entornando los ojos-. En realidad, la historia es lo de menos. Da igual lo que cuente, lo importante es cómo lo haga. Abrir un buen libro es lanzarte hacia dentro, hacer una inmersión hacia tus abismos, atreverte a alumbrar rincones de ti inexplorados. Leer es un riesgo.
Dudas un buen rato. Revisas las opciones una vez más. Finalmente, parece que has elegido.
Lo coges. Con él en la mano, desconfías.
Intuyes una experiencia intensa. Buscas un acercamiento a lo esencial, pero temes revisitar antiguos demonios.
Y te asaltan los miedos. Porque sabes que leer es un riesgo.
Cerró de golpe y el estruendo retumbó en la oscuridad. Se lamentó, no era su intención asustarle. Esperaba no haberle despertado del todo, porque ¿cómo iba a explicarse? No era ese tipo de persona. Nunca entendería que ese objeto aparentemente inofensivo que yacía sobre la mesilla de noche le había conducido a un lugar interior tan aterrador que sufrió el impulso de cerrarlo de golpe para exorcizar sus fantasmas.
Estaba tan escondido en la estantería que nadie se daría cuenta. Oculto entre la falda y la chaqueta, busqué la seguridad de mi habitación para leerlo. En ese momento comprendí que los necesitaba para entender: los libros enseñan lo que los profesores no quieren que sepas.
Cuando por fin regresé a la Tierra, tambiėn las librerías habían desaparecido. Y con ellas, la poca esperanza que conservaba todavía en el futuro de la humanidad.
"Una casa sin libros es como una habitación sin ventanas". Con los años, la frase que tanto repetía su abuelo se tornaba cada vez más nítida. La sensación de aire fresco al abrir un libro nuevo equivalía a la emoción de explorar territorios que nunca había transitado.
Busco mi hogar con la vista, se confunde en el conglomerado de tejados que uniformiza al pueblo. Tejados rojos inclinados, como libros abiertos boca abajo protegiendo cada núcleo familiar, libros que el tiempo escribe con las historias que ocurren dentro y que se elevan hasta imprimirse en las páginas del techo.
¿Dónde estará?, me pregunté mientras sacaba la última pieza de ropa de la maleta.
Mientras, el ejemplar más subrayado, leído y manoseado de mi biblioteca viajaba completamente de incógnito en el equipaje de un nuevo anfitrión al que obsesionar.
Hay espacios en los que se para el tiempo. En ellos te sientes protegida frente a cualquier cosa, porque son sitios aparte. Son cámaras de oxígeno, refugios que te aíslan de la frenética vida exterior. Si bien disfruto de todos ellos, tengo mis preferencias. Y se decantan por los que concentran mayor espíritu y sabiduría: las librerías.
Pensó que era imposible sentirse sola en una ciudad con más de 3 millones de habitantes. Ahora sabe que estaba equivocada. Y la infinidad de saludos y conversaciones intrascendentes no son suficientes para mitigar la sensación de desamparo ante esta vida frenética, absurda y vacía. El remedio lo conoce desde hace muchos años: nada como una buena selección de libros para entrar en comunión profunda con las grandes mentes y, por ende, con toda la humanidad y con ella misma.
Aquella casa era imponente, grande y fría. Deambular por sus estancias equivalía a encontrarse en un tránsito continuo, a sabiendas de que nunca te sentirías parte de la historia de ese lugar. Ni siquiera del presente. Pero en esa sala todo era distinto. Luz tenue, silencio, paredes forradas de libros que invitaban al recogimiento y a la reflexión... Toda vivienda tiene su órgano vital y, en ese momento, no tuvo ninguna duda de que la puerta que acababa de abrir daba paso al corazón.
Vivía entre dos mundos: el real y el imaginario. El de verdad y el de ficción. El exterior y el interior. El que se encontraba al salir a la calle y el que aparecía cuando abría un libro. El primero pertenecía al ámbito de lo impuesto, de lo encontrado, de lo obligatorio. El segundo era el mundo escogido, mimado, el del disfrute. Ambos eran necesarios. Y, posiblemente, el segundo incluso más que el primero.
Juntando letras en su cabeza mientras el sopor vencía sin gran esfuerzo su resistencia, una idea disfrazada de revelación onírica le sorprendió: ¿Y si el libro estuviera, en realidad, leyéndole a él? ¿Y si el objeto que sujetaba entre las manos tuviera propiedades cambiantes según el lector? ¿Y si el libro no fuera más que un medio a través del que leerse a sí mismo? Desde el sueño, lo vio transformarse en espejo proyectando su propio reflejo.
Sobresaltado por aquel ruido, giró sobre sus pies para comprobar si se trataba de un disparo. Allí, en medio de un charco de sangre, el protagonista de la novela negra que leyó anoche yacía en el suelo componiendo un desconcertante déjà vu.
Llueve. Y no conozco mejor manera de acompañar al cielo en su expresión que armonizar con él mediante la lectura de un libro.
Recorriendo con su mirada los miles de libros, sintió la íntima convicción de haber vivido más que los demás.
A estas alturas de la vida ya sabía que, por muchos amigos que tengas, las personas con las que llegas a contactar en profundidad se pueden contar con los dedos de una mano. Tal vez por eso valoraba tanto su biblioteca. Cada libro, adquirido en un momento personal y por distintos motivos, representaba una oportunidad de conectar con otra alma y, por extensión, con el interior del ser humano.
Ama sin límites / siente sin reservas / piensa bebiendo de fuentes diversas / mide con tu propia escala / obedece siempre a la razón de la ética / duda de los ídolos con pies de barro / reserva tiempo para hacer cosas por amor al arte / y lee con avidez, para calmar tu sed de ser.
Cuando le recuerdo no pienso en su cara, su perfume ni su voz. Lo primero que me asalta a la memoria es su imagen reposada, concentrada, con un libro entre sus manos. La literatura se convirtió en algo tan propio, tan íntimo y esencial, que su poder transformador contribuyó a conformar la persona que es ahora.
Lee, pero no leas siempre el mismo libro. Lee, pero no leas un único libro. Lee diverso, lee variado, lee plural, para tener un pensamiento diverso, variado y plural que incluya en lugar de excluir, que abra puertas y brazos en lugar de cerrar, donde quepan todo tipo de ideas siempre que estén sometidas al respeto, la moral y el bien común.
Me acuesto a su lado y le observo mientras duerme. A su lado, un libro descansa en la mesilla de noche. Es mi aliado: él le abre la puerta del universo onírico, yo velo sus sueños.
Sirvió de inspiración para crear a la protagonista del libro y millones de personas soñaron con ella, sufrieron con ella, se enamoraron de ella. La relación con el hombre dejó poco poso en su interior; sin embargo, la relación con el escritor le otorgó la inmortalidad.