Vivía entre dos mundos: el real y el imaginario. El de verdad y el de ficción. El exterior y el interior. El que se encontraba al salir a la calle y el que aparecía cuando abría un libro. El primero pertenecía al ámbito de lo impuesto, de lo encontrado, de lo obligatorio. El segundo era el mundo escogido, mimado, el del disfrute. Ambos eran necesarios. Y, posiblemente, el segundo incluso más que el primero.
Juntando letras en su cabeza mientras el sopor vencía sin gran esfuerzo su resistencia, una idea disfrazada de revelación onírica le sorprendió: ¿Y si el libro estuviera, en realidad, leyéndole a él? ¿Y si el objeto que sujetaba entre las manos tuviera propiedades cambiantes según el lector? ¿Y si el libro no fuera más que un medio a través del que leerse a sí mismo? Desde el sueño, lo vio transformarse en espejo proyectando su propio reflejo.
Sobresaltado por aquel ruido, giró sobre sus pies para comprobar si se trataba de un disparo. Allí, en medio de un charco de sangre, el protagonista de la novela negra que leyó anoche yacía en el suelo componiendo un desconcertante déjà vu.
Llueve. Y no conozco mejor manera de acompañar al cielo en su expresión que armonizar con él mediante la lectura de un libro.
Recorriendo con su mirada los miles de libros, sintió la íntima convicción de haber vivido más que los demás.
A estas alturas de la vida ya sabía que, por muchos amigos que tengas, las personas con las que llegas a contactar en profundidad se pueden contar con los dedos de una mano. Tal vez por eso valoraba tanto su biblioteca. Cada libro, adquirido en un momento personal y por distintos motivos, representaba una oportunidad de conectar con otra alma y, por extensión, con el interior del ser humano.
Ama sin límites / siente sin reservas / piensa bebiendo de fuentes diversas / mide con tu propia escala / obedece siempre a la razón de la ética / duda de los ídolos con pies de barro / reserva tiempo para hacer cosas por amor al arte / y lee con avidez, para calmar tu sed de ser.
Cuando le recuerdo no pienso en su cara, su perfume ni su voz. Lo primero que me asalta a la memoria es su imagen reposada, concentrada, con un libro entre sus manos. La literatura se convirtió en algo tan propio, tan íntimo y esencial, que su poder transformador contribuyó a conformar la persona que es ahora.
Lee, pero no leas siempre el mismo libro. Lee, pero no leas un único libro. Lee diverso, lee variado, lee plural, para tener un pensamiento diverso, variado y plural que incluya en lugar de excluir, que abra puertas y brazos en lugar de cerrar, donde quepan todo tipo de ideas siempre que estén sometidas al respeto, la moral y el bien común.
Me acuesto a su lado y le observo mientras duerme. A su lado, un libro descansa en la mesilla de noche. Es mi aliado: él le abre la puerta del universo onírico, yo velo sus sueños.
Sirvió de inspiración para crear a la protagonista del libro y millones de personas soñaron con ella, sufrieron con ella, se enamoraron de ella. La relación con el hombre dejó poco poso en su interior; sin embargo, la relación con el escritor le otorgó la inmortalidad.
Cada libro leído engrosaba la lista. Sin serlo, se jactaba de ser un gran lector. Hasta que intercambió unas palabras con uno de ellos. Entonces comprendió que no se trata de leer más, se trata de leer mejor.
Sentí que había topado con una verdad. Una de las grandes, de las que iluminan, te arrancan el corazón para mostrártelo durante un segundo y luego vuelven a meterlo dentro. Ese estado mental vino acompañado de una segunda epifanía: lo que acababa de leer, sin ningún género de dudas, era poesía.
Lo cogí antes de salir. Recuerdo haberlo metido dentro de mi bolso, con delicadeza para no dañar las tapas. Al recuperarlo, lo que vieron mis ojos no coincidió con los datos que ofrecía mi memoria. Título distinto, distinta portada. ¿Elegí yo al libro o fue él quien me eligió a mí?
Nada le dolía más que ver esa biblioteca que antes tanto frecuentaba. En algún punto indeterminado, entre los miles de libros que la fatalidad dejó huérfanos, creía percibir el espíritu de su antiguo y amado poseedor.
Duermes entre nubes de palabras.
Saltas y caen letras al suelo.
Corres y los versos se deslizan a lo largo de tu cabello.
¿Qué es literatura? ¿Y tú me lo preguntas?
Literatura eres tú.
Me preguntas por qué leo
y no sabría decirte.
Pero sé que cuando leo
trepo cumbres, surco mares,
aniquilo a mis fantasmas,
alimento sentimientos.
El libro actúa de espejo
que en lugar del exterior
proyecta lo que llevo dentro.
Se acercó tímidamente. Desconfiando, extendió el empeine hasta tocar la superficie con el dedo gordo del pie. Al poco, se encontraba flotando en el océano de palabras de aquel libro del que ya no quería salir.
En su huida apresurada, tropezó. El impacto hizo saltar por el aire el botín del robo del interior de su chaqueta hasta alcanzar el suelo. El chico salió corriendo sin mirar atrás como alma que lleva el diablo. Y no pude contener una media sonrisa al recoger el libro, pensando que el mundo no estaba totalmente perdido.
- ¡De rodillas, cara a la pared!
Los brazos me temblaban, incapaces de soportar durante más tiempo el peso de los libros sobre mis manos.
Todavía hoy, cada vez que me dispongo a disfrutar de la lectura, se me encoge el estómago cuando pienso en la paradoja de usar como instrumentos de tortura unos objetos tan maravillosos.
Se asomó al balcón y el tráfico frenético le escupió con violencia en la cara. En las aceras, docenas de humanos hormigueaban como autómatas. Entró corriendo a su cuarto, donde le esperaba, abierto, un libro. Precisaba con urgencia leer unos minutos hasta notar, poco a poco, cómo el mundo recuperaba el sentido.
Si me busco no me encuentro
escapa mi yo como arena entre los dedos
me esquivo, me fugo, me pierdo.
Justo lo contrario sucede cuando leo
las partículas de mi yo se agrupan
y fluyen en ríos hacia las páginas
ante el efecto llamada del libro.
Nunca había leído nada.
Y al conocer su secreto comprendió de repente.
Entendió la mirada vacía, la media sonrisa y el latido débil.
Era un libro por escribir.
Una vida de páginas en blanco.
Se acercó tímidamente. Extendió su empeine hasta que el dedo gordo del pie rozó la superficie. Cientos de círculos concéntricos se multiplicaron en la superficie ante su mirada fascinada. Entonces, tomó carrerilla y se sumergió de cabeza en las profundidades del libro.