Mauricio, el narrador de "Bartleby y compañía", es un escritor que no escribe, jorobado, poco afortunado con las mujeres, sin familiares cercanos vivos, solitario, trabajador en una oficina "pavorosa", pero por lo demás feliz. Después de veinticinco años sin escribir, de pronto decide hacerlo y redactar una especie de diario en el que seguir el rastro del "síndrome de Bartleby" en la literatura, es decir, indagará en las razones por las que algunos escritores muy dotados para la literatura prefirieron no escribir, renunciando para siempre a su arte, permaneciendo ágrafos o dejando una obra exigua en relación a sus grandes capacidades.
Juan Rulfo deja de escribir después de la muerte de su tío Celerino, ya que según él era éste el que le contaba las historias. Gil de Biedma abandona la poesía, pues en realidad más que poeta quería ser poema. Pepín Bello, cerebro en la sombra de la generación del 27, no dejó obra por considerar que él no era nadie. A Joubert la búsqueda del centro de donde salen todos los libros le eximió de escribirlos. Chamfort día a día engrosaba la lista de las cosas de las que no escribía porque para él el mayor filósofo sería aquel cuya lista fuera más extensa. Rimbaud, después de una temporada en el infierno, decide que el arte es una tontería y "adieu", se despide de la literatura.
La historia de la literatura está hecha de "Bartlebys", tanto escritores reales como personajes de ficción, que encarnan o simbolizan la tensión constante entre escritura y silencio, entre narrar y callar. La desconfianza ante la posibilidad del lenguaje, de decir la vida, hace que el escritor se plantee las razones de preferir escribir a no hacerlo y algunos al final prefieren no escribir, prefieren el vértigo de la nada que la palabrería vana, prefieren el misterioso y virginal silencio que la repetición de lo mil veces dicho.
Pero este libro de Enrique Vila-Matas, como diría Derrida si lo hubiera leído, es una gran paradoja, ya que se usa el lenguaje para decir que el lenguaje no funciona y además en él la pregunta fundamental de por qué no se escribe nos lleva a la no menos fundamental razón de la escritura, de cómo y por qué seguir escribiendo. El resultado final sería que este libro no invita a dejar de escribir, sino a reinventar la literatura "amenazada -como está- por los enemigos de lo literario". Quizá la literatura del no, representada por todos los escritores y obras citados en este libro, sea "el único camino que queda abierto a la auténtica creación literaria; una tendencia que se pregunta qué es la escritura y dónde está y que merodea alrededor de la imposibilidad de la misma y que dice la verdad sobre el estado de pronóstico grave -pero sumamente estimulante- de la literatura de este fin de milenio".
El libro que escribe Mauricio no es un libro, según él son notas a pie de página de un libro no escrito pero no inexistente, ya que los libros no escritos no son pura nada, sino que "están como en suspensión" en la literatura universal, están como dice Antonio Tabucchi, en "una dimensión paralela donde el no escribir es una forma de vida, el silencio puede ser no una renuncia sino una conquista o una afirmación, donde lo no-existente se impone pasando a ser, cargado de un significado misterioso e insondable, al igual que una pausa, un silencio en una partitura musical que puede resultar más emocionante que una nota".
Los textos "Bartlebys", los que están pero no existen, los que están pero fuera de los libros, quizá posean las claves de la nueva literatura. Estos textos tienen un difícil acceso como lo tiene el inconsciente pero se manifiestan, como él, a través de fragmentos, hallazgos casuales, recuerdos repentinos, frases sueltas, citas, laberintos, elipsis y rodeos. Y quién mejor que Enrique Vila-Matas, maestro en este tipo de recuperaciones, para mostrarnos una vía de acceso a la no-literatura, de la que se nutre la literatura, ese auténtico laberinto sin centro.