La hija de Johannes apenas conoce a su padre, un hombre remoto, triste y cortés "alejado casi de sí mismo" que registra los datos de su existencia en un diario en el que anota, sin impresiones ni sentimientos, las huellas mínimas de su paso por la vida. Una de estas huellas es su hija. La hija de Johannes no es sencilla ni indulgente, tiene el don del desapego característico de los niños que no se crían con sus padres y se las arreglan solos retirándose mentalmente hacia los territorios "bellos, lejanos y destruidos" de su temprana infancia. La hija de Johannes lleva una vida ausente, una no-existencia.
Tiene diecisiete años y decide embarcar en el Proleterka durante catorce días de crucero para intentar conocer a su padre, para darse cuenta de quién es él. Pero no lo consigue. Comprende que ella es una "descendiente sin vínculos", se da cuenta de que ambos, padre e hija, son reacios a conocer a las personas de forma íntima. La hija de Johannes nunca sabe qué miran los ojos desvaídos de su padre, no logra entender de dónde vienen ni dónde están sus pensamientos. Termina el crucero y ambos descienden del buque tal y como embarcaron, siendo unos completos extraños. La hija de Johannes tendrá que esperar a la muerte de su padre para sentirse cerca de él de una forma "profunda y fatal". Hasta ese momento declara conocer mejor a Billy Budd y a Martin Eden, personajes ambos de Melville, que a su propio progenitor.
La hija de Johannes sabe que su existencia se está retrasando. Quiere abandonar la sala de espera en que se ha transformado su vida, quiere que el Proleterka se convierta en "el lugar de la experiencia", quiere atarse a la vida y dejar de prepararse para la muerte, quiere abrir puertas como todos los vitalistas y acceder a la pura ferocidad de la alegría. En el Proleterka pasará de colegiala a mujer deseante, del pupitre al camarote del primer oficial, de las conversaciones sobre sexo con su amiga Sebastian a gozar del placer físico de forma primaria con desconocidos. Cuando acabe el viaje debe haberlo aprendido todo, debe haberlo experimentado todo, incluso el goce de hacer cosas que no le gustan, el "placer en el disgusto".
Por otra parte, la hija de Johannes se ha sentido misteriosamente acompañada toda la vida, ha percibido la presencia de otro ser a su lado, de un ser que a veces ha intentado vivir en su lugar, un ser que nunca ha conocido, un espectro, es decir, una realidad no visible pero resplandeciente, más cercana a su corazón que las personas de su entorno.
Al final, la hija de Johannes descubre la verdad, pero "la verdad no tiene adornos, es como un cadáver recién lavado". La verdad es voraz. La verdad, cuando ya no tiene sentido, cuando ya es inútil, es una pasión "malévola e idolátrica". Toda verdad tiene su momento, fuera del cuál decirla y hacer daño son la misma cosa, decirla y equivocarse, también. Entre la obligación de hablar y el derecho a saber, ambos por amor a la verdad, están la dignidad de callar y el privilegio de desoír, ambos por amor a la ficción apasionada de existir.