El pasado pesa. Lo arrastramos del cabello vestidos de koala. Cargamos con él. Es sólo un cadáver que arrastramos por el cabello. De ese pasado sólo importa lo que palpita, lo que sigue vivo ("lo que somos es lo que fuimos, pero no en la manera en que solíamos ser"). El corazón del pasado es el presente y esa es la realidad, la constatación brutal del presente.
Pero ni siquiera la realidad es real. Tan sólo es un tipo de ficción con la que se enmascaran los hechos. Pero es que ni siquiera los hechos son la realidad, porque éstos dependen del observador y de la observación (la física cuántica dixit).
En definitiva, lo importante no son los hechos ni la realidad sino la narración, "porque todo lo que acontece realmente sólo es transmitible a los demás de forma narrativa". Pero el narrador no es más que un lector privilegiado, por lo tanto lo importante en realidad es el lector, a no ser que éste se convierta en una masa sin dimensión atrapada por el agujero negro de la trivialidad y la condescendencia.
Pero ¿y si matamos al lector y con él al narrador? ¿y si un apocalipsis devastador los borra de la faz de la tierra, los hace imposibles? Entonces habrá que reinventar la narración, una narración que no sirva a la realidad o a la legibilidad, una narración que prescinda de lo lineal y se haga fractal, caótica y extraña ("se narraba desde una consciencia múltiple, no la de un narrador colectivo sino la de un único narrador con la mente y el comportamiento de un enjambre"). Una narración que narre el hecho de la imposible narración.
Esta narración necesita de un narrador que prefiera no narrar, pero que necesite "escribir para mantener sangrantes las heridas, para que el olvido no se apropie de sus amputaciones" aunque al hacerlo así la narratividad saje la conciencia buscando pautas, órdenes, sintaxis.
Un narrador dominado por un ansia, una sed, un hambre que le hace ser, la ley del conatus de la que habla Spinoza en la proposición sexta de su Ética: "cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser".
Para acabar, Avilés no quiere que olvidemos que "la vida y la realidad se generan a través de la literatura. Nunca al revés" y que "todo es una excusa narrativa, que no hay más que el hecho de escribir, de narrar y la constancia de hacerlo".
Me llamo Nuestra Señora de Covadonga, como todos. Aunque la gente me conoce por Enrique Vila-Matas sin serlo, por supuesto.
Curiosidades: - Javier Avilés, el autor del libro, mantiene un interesantísimo blog literario y cinematográfico "El lamento de Portnoy" en el que suele colgar comentarios Enrique Vila-Matas. De hecho, fue Vila-Matas el que sugirió a Avilés el título de este libro: "Constatación brutal del presente". Hay quien dice que los comentarios de Vila-Matas en "El lamento de Portnoy" "constituyen el mayor escándalo de metaliteratura metaliteraria jamás visto".