"Ella huye, huye como un fantasma que tras habernos dado alguna especie de contento mientras permanecía con nosotros, al abandonarnos no nos deja más que confusión..."
(Panegírico de Bernardo de Claraval, Bousset).
Si tu identidad es neutra o negativa, es decir, si te defines por lo que no eres o lo que no has llegado a ser, buscas esconderte en "zonas neutras" o en lo que Marc Augé llama "no-lugares", espacios urbanos de confluencia donde personas en tránsito apenas se permiten un furtivo cruce de miradas, sabiendo que nunca más se encontrarán.
El centro de las grandes ciudades está lleno de estos
no-lugares o
zonas neutras, el centro de
París también; lugares muy bien descritos por Chateaubriand o Baudelaire, en los que ellos descubrieron los misterios y profundidades del espacio urbano más revelador. Espacios geométricos convertidos en espacios existenciales por ser "lugares practicados", lugares animados por el paso de los hombres, que con su trasiego dibujan y borran sus identidades y relaciones. Espacios en los que se pueden encontrar, tanto agujeros negros que se tragan la materia vital, como puntos de atracción magnética a los que se fijan los seres errantes que perdieron su juventud y ahora giran brevemente como mariposas alrededor de un eje de luz para salvarse del olvido y el anonimato de la gran ciudad.
Un
café puede ser uno de esos puntos magnéticos y luminosos, ese lugar en el que, a la luz de la verdadera vida, descubrimos la falsa y entonces dejamos a nuestro marido, abandonamos la Escuela Oficial de Minas o nos aventuramos a escribir ese libro que llevamos en la cabeza desde siempre, decididos a penetrar de una vez en el "corazón del verano".
Le Condé es un punto de intersección de espíritus bohemios (poetas, patafísicos, situacionistas). En este
café de la "
rive gauche" confluyen y se mezclan los itinerarios vitales de un grupo de seres sin pasado y sin futuro. Allí intercambian palabras y silencios mientras beben y olvidan por un momento su soledad. Y en medio de ellos reina
Louki, hermosa, solitaria, silenciosa, melancólica, reservada, poseedora de un alma capaz de captar la luz, la atención y el amor.
Jacqueline Delanque, Jacqueline Choreau, Jacqueline de la nada, conocida en el
café Le Condé por Louki, Louki la de la sombra,
Louki la de las zonas neutras, es un ser que huye de la grisura de la vida ("No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión"). Un ser que quiere nacer de nuevo, liberarse ingrávida de la pesadez de la existencia, respirar aire libre, romper con lo vulgar, acceder a la "vida de verdad".
Pero no lo consigue; se rinde, se deja ir hacia "la caja de la nada" de la que habla Omar Khayyam para no volver jamás. Y todos aquellos que la quisieron sin acabar nunca de conocerla descubren que "cuando de verdad queremos a una persona hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella".
Perder la vida buscándola y buscándose es una melancólica forma de merodeo por la existencia, un vagabundeo horizontal y estéril que, amenazado por la ley del eterno retorno de lo mismo, se hace insoportable. "Vamos dando vueltas en la noche y somos devorados por el fuego", este trágico destino intuido por Guy Debord parece que alimenta también la literatura de
Modiano.