"... y no es impensable que nadie puede exponer la verdad positiva tan excelentemente como un dudador, sólo que este no la cree" (Kierkegaard)
Según decía Maquiavelo, quien quiera engañar va a encontrar siempre a alguien que quiera ser engañado. La gente quiere ser engañada y quiere serlo, según Unamuno, o bien con el engaño de antes de la razón, que es la poesía, o bien con el engaño de después de ella, que es la religión.
Manuel Bueno no se puede engañar a sí mismo, según Lázaro - otro de los protagonistas - "es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar". Sin embargo, no duda en hacerlo con sus paisanos, a los que no cree capaces de soportar la verdad desnuda que él conoce: la muerte absoluta, el total acabamiento sin resurrección posible.
Si tenemos en cuenta que la resurrección de la carne es uno de los pilares del cristianismo, admitir o predicar su inexistencia destruiría la fe del pueblo. Fe que éste necesita para mantener "el contento de vivir". La creencia en una vida más allá de la muerte en compañía de Dios ayuda a sobrellevar los padecimientos, las injusticias y las privaciones de la vida terrenal. Es vital para un pastor que su rebaño paste tranquilo y confiado, aunque sepa que en el fondo sólo le espere el matadero ("¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella").
El buen pastor Manuel huía "del pensar ocioso y a solas" porque le torturaba la idea de no poder creer aquello que predicaba. Ocupaba todo el tiempo en su pueblo y en su bienestar espiritual para evitar enfrentarse a sí mismo ("Yo no puedo perder a mi pueblo para ganarme el alma"). El consuelo que daba a su pueblo no le servía a él, que se sabía condenado a la vida sin esperanza, a la muerte segura. De ahí el sentimiento trágico de su vida, la tensión entre lo deseado y lo imposible de creer.
Manuel Bueno le había visto la cara a Dios, al gran sueño de Dios. Y quien le ve la cara a Dios se muere para siempre, no tiene posibilidad de consuelo religioso ante la evidencia de que ha nacido para morir. Sin embargo, hay que sobreponerse y vivir para dar vida y ese era el único consuelo para Manuel.
Démosle opio al pueblo para que duerma, para que sueñe, para que crea, para que viva de la ilusión, para que no descubra que Dios es el ropaje con el que cubrimos a la nada para que esta no nos horrorice.
Si el mundo quiere ser engañado ("mundus vult decipi"), ¿es legítimo hacerlo? ¿Existen unas mentiras mejores que otras? ¿Tiene la religión sólo una función psicoterapéutica? ¿La mentira piadosa usada estratégicamente es aceptable? ¿Es tan infantil el pueblo que hay que tenerlo bajo tutela? ¿Está sobrevalorada la verdad? ¿Es preferible creer en algo, aunque sea contradictorio, a no creer en nada? Un individuo puede vivir sin fe en la otra vida, pero ¿puede hacerlo todo un pueblo?