Vivir de otra manera que no sea edénica es imposible. Quizás superada la infancia, abandonado el edén, la única manera de vivir plenamente sea a través del amor, a través de la facultad que tiene este de devolvernos a ese momento primero de la vida en el que la seguridad de ser amados es máxima. El mundo de los que son amados, de los felices, es distinto del mundo de los que no lo son. Es otro mundo. Pero puede ser que el hombre no esté hecho para ser feliz, que la felicidad sea una quimera que huye cuando se la persigue y sólo se experimenta de forma sobrevenida en muy contadas ocasiones.
El ser humano es un moderno Prometeo que, en vez de robarle el fuego a los dioses, les sustrajo un potente cerebro capaz de transformar una selva de inputs sensoriales en una red semántica y afectiva desde la que interpretar y evaluar la realidad para luego producir, de forma creativa, novedades valiosas que mejoren sus posibilidades existenciales.
Un paseo por la ciudad puede ser una auténtica aventura, un viaje completo de descubrimiento. Un tipo de caminata que provoca que la conciencia de sí se vuelva silenciosa para luego quedar en suspenso y desvanecerse por fin. Andar es estar fuera, volcado hacia lo exterior hasta el punto de acabar no-siendo o siendo un don-nadie. Las preocupaciones y obsesiones se disuelven en la observación incesante. Soy no lo que pienso, recuerdo o imagino, sino lo que van viendo mis ojos y escuchando mis oídos.
Al volver los ojos hacia las playas de la infancia, de las que fuiste expulsado por la violencia, la injusticia o incluso el amor, descubres que todas las maravillas que fuiste capaz de ver y experimentar de niño siguen existiendo. Forman ese núcleo denso del que habla Rilke y que continúa fertilizando tu presente y marcando tu destino.
Hay quien piensa que al escribir no hay que deberle nada a nadie, que la originalidad no reside en la asimilación de otras voces amigas, sino en encontrar una manera incontaminada de proyectar la propia voz. Quizá sea porque ignoran que escribimos siempre después de otros, que la literatura es un gran espacio anónimo en el que todos los escritores acaban disolviéndose, que todo escritor es todos los escritores.
La lectura incomoda al poder. Un hombre concentrado en un texto es un ser fuera de control, extraño, desconcertante, que amenaza con despertarse. La lectura es luz y posibilidad de ver. Un hombre que lee ve más lejos y desde más alto. Un lector es un hombre nada común, como nada común es un hombre que escribe. Ambos deben adoptar una posición oblicua y transversal, ya que su lugar natural son las grietas del rocoso e inamovible status quo.
La identidad, cuestión metafísica bautizada como personalidad o carácter por la psicología contemporánea, no es más que una ilusión que oculta el puzzle ocasional de características o rasgos en los que coagula inestablemente el terrible Yo. Lo que nos contamos de nosotros mismos es una impostura narrativa, al igual que toda la literatura, un juego textual de intercambios, préstamos y transacciones varias.
A veces, una mujer avanza hacia ti y todo a su alrededor queda desenfocado. Una mujer cuyas manos y besos curan incluso más que las palabras de la madre o de los libros.
No estoy seguro de si son estados de ánimo, temperamentos o simplemente actitudes filosóficas ante la existencia, pero en todo caso tanto el pesimismo como el optimismo son dos formas de cobardía. En el primer caso se huiría de la decepción instalándose permanentemente en ella hasta hacerse insensible a la misma, en el segundo la huida consistiría en convertir la realidad en un escaparate de nuestros deseos.
Toda certidumbre engendra su propia servidumbre.
Dudar es irritante, es menos cómodo que creer y además insatisfactorio. Por otra parte incita a abstenerse, evita la acción. Buscamos creencias para ponerlas en lugar de nuestras dudas. Pero no nos referimos a creencias en un sentido religioso, sino a una consecuencia que se sigue de la realidad. La realidad consiste en los efectos sensibles de alcance práctico que ella provoca y entre ellos el más importante es la creencia.
Una persona para la que el hallazgo de ciertos libros y el descubrimiento de unos cuantos autores fueron algunos de los mayores acontecimientos de su vida, no puede hacer otra cosa que hablar de libros de forma contagiosa, lo cual es el segundo mayor placer después de leerlos.
Lo peor que puede pasarle a un escéptico es darse de bruces con una verdad. Esto arruinaría su sistema, basado en disputar sobre todo sin tomar jamás otro partido que no sea suspender el juicio y esperar a que el asunto sea investigado más ampliamente. Es un sistema que pretende demostrar la debilidad de la razón y su incapacidad para evitar que nos extraviemos.
La ética es un arte de vivir y, a la vez, un intento racional de averiguar cómo vivir mejor. Su mandato principal es el de elegir en cada caso aquello que aumente nuestras opciones de ser feliz, así como las de los demás. Ser ético es darse la buena vida y dar la buena vida y, en este proceso, reconocer nuestra humanidad compartida a través de procesos de simpatía y compasión.
Una comunidad inteligente es la que enseña a pensar más y mejor a sus integrantes y promueve la creatividad y el talento social en todos los ámbitos colectivos. Y ahora, ¿todavía crees que perteneces a una comunidad inteligente?
La búsqueda de la verdad debe ser un objetivo social prioritario perseguido por cualquier comunidad. Pero no hay que confundir la verdad con "las verdades", que suelen estar ideologizadas y faltas de contraste.
Sociedades estúpidas crean ciudadanos estúpidos. Sociedades inteligentes crean ciudadanos inteligentes. Inteligencia individual e inteligencia social forman un bucle que se retroalimenta.
Al nacer nos deslizamos de un microcosmos biológico a una semiosfera, a un ámbito saturado de signos en el que interactúan y se tensionan una oralidad sustancial y una escritura performativa. Lo oral frente a lo escrito, el espíritu frente a la letra buscando una armonía que se resiste.
No sé muy bien si la inteligencia es una forma de bondad o si, por el contrario, la bondad es una forma de inteligencia que hace que, en última instancia, la causa de la maldad sea la estupidez.
Hubo un tiempo en el que la filosofía no era una profesión, ni una actividad literaria, ni siquiera un corpus de conocimientos vinculado a unos temas considerados filosóficos. Era simplemente un arte de vivir.
Te intuyo en cada rincón que alguna vez fue nuestro. Te siento en el tono triste de tu voz. Te reconozco en cada una de tus expresiones y miradas. Pero nunca te conozco tan bien como cuando te leo.
El arte en general, y la poesía, la narrativa o la dramaturgia en particular, son entre otras cosas poderosos medios de educación, capaces de producir efectos catárticos y purificadores en el alma de las gentes.
Las ideas son procesos de largo recorrido y el contexto en el que se mueven y evolucionan es de capital importancia.
La filosofía no es una gimnasia mental alejada de la vida, no es una disciplina académica reservada para especialistas, no es una actividad intelectual dirigida a desarrollar teóricamente la lógica o la ética, sino a vivirlas.