"Encontrarnos con los djinns, conocer su cultura y su percepción del mundo, cambiará para siempre nuestra visión de nosotros mismos. Por eso, y no por el oro o los tesoros que podamos encontrar, es tan importante este viaje".
Ciertos relatos leídos en nuestra adolescencia y nuestra primera juventud tienen para nosotros un valor fundacional. Absortos en sus páginas, la lectura de éstos cimentó nuestro amor incondicional a los libros. Nunca volveremos a leer de esa manera arrebatada, nunca una hermosa historia bien contada nos hará sentir más cerca de la pura
aventura, nunca el poder evocador de un texto alcanzará la intensidad de entonces, nunca volveremos a tener la disposición de ánimo, casi extática, que nos impulsaba a devorar página tras página un libro, nunca ninguna lectura dejará una huella más gozosa en nuestra memoria. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido y nuestra evolución como lectores, siempre intentaremos volver a ese lugar en el que se fraguó nuestro sentido de la maravilla, nuestra capacidad para el asombro, nuestra predisposición hacia lo extraordinario. Rodeados cada vez más de una realidad seria y mostrenca, quizá debamos recuperar la disciplina del prodigio y exponer nuestra conciencia a los efectos oblicuos y seductores de la magia, el mito y la épica.
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Sindbad el marino", "Alí Babá y los cuarenta ladrones", "Aladino y la lámpara maravillosa", historias extraídas de esa gran recopilación de cuentos del oriente próximo medieval que es "
Las mil y una noches" forman ya parte de nuestro imaginario compartido y pueblan los sueños, las fantasías y los recuerdos de millones de personas ávidas de narraciones. En esta novela de fantasía oriental
Juan Miguel Aguilera recupera la inmortal figura de
Sindbad y lo hace a través de la estructura argumental del viaje de aventuras clásico que, según explica Joseph Campbell en "El héroe de las mil caras", sería la del valiente que voluntariamente avanza hacia el umbral de la aventura y lo hace atravesando "un mundo de fuerzas poco familiares y sin embargo extrañamente íntimas, alguna de las cuales lo amenazan peligrosamente (pruebas) y otras le dan ayuda mágica (auxiliares)".
Sindbad el marino, a bordo de "El Viajero", un afilado dhow de dos mástiles pintado de azul, emprende una nueva singladura. Deja Basora, "santuario de los intrépidos navegantes del Océano Índico", y pone rumbo hacia Zanzíbar y la tierra de los negros en busca del
País del Sueño, "el reino de la mosca tsé-tsé que acaba por igual con los hombres y el ganado". Allí espera encontrar la Ciudad de Cobre donde el mítico rey Salomón escondió su inmenso tesoro. Para conseguirlo deberá derrotar a los
efrits, criaturas malvadas y poderosas pertenecientes a la raza de los
djins, de la que también forman parte los
si´lats, genios buenos e inteligentes que, a bordo de sus alfombras voladoras, ayudarán a
Sindbad en su desigual lucha contra los hostiles efrits.
Como decía Borges, toda literatura es simbólica. Para él sólo existían unas pocas experiencias fundamentales y era indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurriera a lo real o a lo fantástico, "a la invasión de Bélgica de 1914 o a una invasión de Marte". La
novela fantástica es un conjuro literario practicado por nigromantes de la pluma para convocar ante los ojos del lector la presencia de todo un universo mítico, forjado en nuestra juventud pero instalado de forma eterna en nuestra mente. Leer este tipo de literatura supone actualizar una constante invitación a la heroicidad y la
aventura, dos dimensiones de la existencia humana que, de perderse, convertirían ésta en una procesión desangelada hacia la muerte.