"...en un instante, el único instante
de siempre, el vano instante
del mundo: la mirada"
(César Simón)
Cuando estaba escribiendo este texto
llovía, pero es extraño, ya que la
lluvia sólo es posible en las
novelas o en el
pasado, según dicen los expertos en este fenómeno atmosférico, que no son los metereólogos sino los
espías. Los
espías conocen muy bien la
lluvia, pasan mucho tiempo
fumando bajo ella, protegidos por un
toldo o por su clásica gabardina y sombrero.
Mirar y
esperar es el oficio de los
espías, se mueven "en la nebulosa estratégica de lo que no se dice ni se ve", de ahí que en su adiestramiento practiquen la
mirada parsimoniosa, la decodificación de lo prohibido, la astucia de hacerse el dormido o la escéptica disposición a creer en
verdades posibles.
Pero algunos
espías sólo aprenden a
mirar cuando una
mujer les acusa de no saber hacerlo. Cuando una
mujer les advierte que
miran al
amor como si miraran a la
muerte, es decir, "a media altura y a los lados".
Mirar realmente implica
ser visto realmente y esto puede llegar a asustar, pero si no se mira de esta manera jamás se logra descifrar los ojos de una mujer y siempre se acarrea la herida del amor en la mirada.
Un buen espía debe evitar que los
recuerdos le asalten por la espalda a traición, como le ocurre a cualquier persona normal. Su mirada debe ser aséptica, incontaminada, libre de adherencias temporales. Su vocación de
espía implica haber "elegido entre la
memoria y el
olvido la sublime impostura del
hombre que
mira". Para ello es imprescindible retener a voluntad "los mapas del regreso", del regreso a las antiguas heridas, a los sueños inconclusos, a los caminos errados, a los trenes perdidos, a las mujeres no amadas.
Alfons Cervera desarrolla en "
La lentitud del espía", este breve pero magistral texto, una verdadera
poética de la mirada. Mirar y esperar bajo la
lluvia, auténtico meteoro melancólico, es una forma no invasiva de estar en el
mundo, una forma de acercarse a la
realidad sin la intención de manipularla, dejándose impregnar por ella. A primera vista puede parecer una actitud pasiva, pero requiere tal concentración que ni una sola sinapsis cognitiva o sensorial queda excluida.
La
mirada del
espía no es la mirada ávida del que quiere forzar a las cosas para que se manifiesten y así apoderarse rápidamente de ellas. No está presidida por una
lógica instrumental. La
mirada del
espía es la mirada lenta del que espera el guiño, la invitación sutil, el consentimiento aquiescente y cómplice de la realidad. Es una
mirada que se posa suavemente sobre lo que ocurre, fundiéndose con el fenómeno.