Es muy poco probable que Irmgard llegue en el tren de la una del mediodía, Simon deberá esperar el convoy de ese misma noche. Quizás sea mejor así -piensa él. Esta circunstancia no es un motivo de tristeza "sencillamente, el hecho no ha tenido lugar", ella no ha llegado aun. Simon afrontará el retraso sin irritación, apenas con una ligera decepción. La ociosa espera lo arroja "al mundo macilento y embridado de las horas muertas" y decide aprovechar la tarde para recorrer en coche la costa bretona, una península, casi una isla, donde vivió una infancia feliz, el antiguo lugar de sus vacaciones infantiles. Sigue la carretera general de Bretaña y en "cada revuelta del camino empuja una puerta precautoria y otra se cierra a sus espaldas".
Impulsado por una sensación de ansiosa urgencia el recorrido le va proporcionando pequeños instantes de celebración. Se siente inmerso y contenido en los espacios por los que transita e interpelado secretamente por las más humildes señales que va encontrando. Se acerca la noche, todo está tranquilo y tibio "como si el mundo que nos rodea se hubiese puesto un dedo sobre los labios" y Simon empieza a preguntarse por qué ha decidido traer al país de sus vacaciones a Irmgard, por qué ha sentido la necesidad de anticipar el recorrido que iban a hacer juntos por la costa bretona. Quizá se ha vuelto viejo y necesita volver a casa, necesita volver al mar. Pero ya sabemos que "nada se hurta más malevolamente que el mar a quienes se acercan a él y tratan febrilmente de descubrirlo", nada excepto quizá el amor hacia el que corremos huyendo de la soledad, ese espacio vacío que engulle al que no espera nada ni a nadie.
"Todo se agolpa en la inminencia". Alguien va a llegar, algo va a ocurrir; mientras tanto, esperamos en los lindes, un poco antes, demorándonos en un vagabundeo preparatorio de lo esperado. La espera tiene siempre la cualidad temporal de una pausa, la condición metafísica de un no-suceso y la tensión psicológica de la ansiedad anticipatoria. Es consustancial a nuestra naturaleza de seres deseantes y derivada de nuestra necesidad de logro.
Algunos llaman a la espera tiempo muerto y al esperar perder el tiempo; quizá ignoran que los fantasmas de lo esperado llegan con mucha anticipación, animando estos paréntesis aparentemente estériles y convirtiéndolos en pura vida. En definitiva, qué sería la vida sino un paréntesis de espera hiperconsciente entre dos pozos de infinitud.