"Desde que la filosofía ya sólo es capaz de vivir hipócritamente lo que dice, le toca a la desvergüenza por contrapeso decir lo que se vive. En una cultura en la que el endurecimiento hace de la mentira una forma de vida el proceso de la verdad depende de si se encuentran gentes que sean bastante agresivas y frescas (desvergonzadas) para decir la verdad. Los poderosos abandonan su propia conciencia ante los locos, los payasos, los cínicos..."
(Peter Sloterdijk)
Si disponemos de sentido común -hoy en día algo realmente revolucionario- y también de sentido del humor y no carecemos de puntería ni de dominio escénico, podemos llegar a convertirnos en bufones con licencia para acribillar. Si por otra parte no tenemos dueño, ni prebendas que agradecer, ni favores que devolver la elección de dianas será completamente libre. Si, por encima de todo y frente a todos, decimos lo que pensamos y, por supuesto, pensamos lo que decimos sin temor a los poderes fácticos y a sus intelectuales genuflexos habremos conseguido un lugar entre los hombres íntegros. Si, además, contamos a nuestro lado con una mujer de inteligencia prudente que durante 37 años modula nuestro impulso iracundo y lo reconduce -aunque no siempre con éxito- hacia registros menos hirientes, mantendremos a nuestros enemigos dentro de un número razonable. Si reunimos todas estas características quizá nos parezcamos un poco a Albert Boadella, pero seguro que no lo bastante para poder dirigir con éxito a Els Joglars o los Teatros del Canal en Madrid.
Albert Boadella, como él mismo dice, está encantado de haberse conocido. Tiene una mujer inteligente y sensata que ha iluminado su pensamiento y su trabajo artístico y un puñado de enemigos a los que jura atacar hasta que el pulso se le mantenga certero. Desayuna a diario con Dolors, la madre de sus hijos y la sutil correctora de su fogosa y burlona dialéctica. De estos desayunos, rematados en tertulia, surgen interesantes reflexiones que Albert anota en un diario y que luego suele trasladar en forma de post a la web de Els Joglars. "Diarios de un francotirador" recupera alguna de estas reflexiones, enriquecidas o aumentadas con otras inéditas. De esta manera podemos encontrar en estos diarios que publica Espasa jugosas críticas al "delirio regional" catalán y a su "tribalismo nacionalista", a las expresiones artísticas actuales que pueden dividirse "entre el gusto mariquita y el simulacro de lo más bárbaro y primario" o al nuevo "puritanismo izquierdista" que defiende el pensamiento correcto y único.
A su vez, Albert Boadella va desgranando interesantísimas reflexiones de diferente calado y temática. Opina, por ejemplo, que la defensa de la ignorancia ilustrada constituye una de las bases de la economía actual, que la forma y el fondo son lo mismo en el arte y en la política y que el teatro es ante todo aquello que no está en el texto. Incluso se permite proponer una original y divertida manera de acabar con las instituciones de apoyo a la cultura y de repartir el dinero ahorrado con ello entre los artistas. El dinero se lanzaría desde un balcón impulsado por un potente ventilador, que lo haría descender en forma de lluvia sobre una plaza abarrotada de escritores, pintores, actores y demás trabajadores del arte. Según Albert, habría tal cantidad de dinero que todos los artistas recibirían el necesario.
Frente a la mudez culpable de los intelectuales y las mentiras cada vez más insultantes de los poderosos, quizá sólo nos quede la lucidez quasi-profética de los bufones más aguerridos y tonificantes. Hombres que usan el sarcasmo como forma de crítica y el humor como arma dialéctica. Instalados en la desvergüenza, con sus muecas de payaso o de comediante, oportunas e inteligentes, azotan sin descanso las espaldas de los seres más peligrosos: los bienpensantes malintencionados.