Cuando nos enfrentamos a situaciones en las que vemos disminuida nuestra salud o a circunstancias que exceden el autocuidado y generan desprotección, quizá lo más digno, pero también lo más práctico desde el punto de vista evolutivo como seres humanos, es aplicar lo que Carol Gilligan llamó en 1982 la "ética del cuidado". Si tenemos en cuenta que la civilización comienza con el cuidado del otro, quizá las personas más civilizadas y por lo tanto más valiosas sean las expertas en el arte de cuidar al otro. La relación cuidador-cuidado es de una gran complejidad y riqueza. Es un intercambio profundamente humano que estrecha los vínculos y crea una trama social altamente resistente a la adversidad.
En una sociedad cada vez más envejecida las relaciones de ayuda adquieren un papel primordial si no se quiere cometer "una gran injusticia universal" consistente en que "a las personas, incluso a las más queridas, se les va olvidando en la medida en que nos son menos útiles". Envejecer es tener cada vez menos conversaciones, no saber nunca si se acaba de hacer algo por última vez. Ser viejo es llegar a una edad en la que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado, una edad en la que la muerte ya no es una idea difusa, un saber intelectual, sino una posibilidad real. Pero ser viejo también debería ser ejercer el control de la propia muerte, prepararla y aceptarla con paz, serenidad e incluso con alegría, conseguir con esto naturalizar la muerte hasta hacerla digna, buena e incluso bella, honrando así -como diría Petrarca- toda una vida.
Eufrasia Vela, cuidadora profesional de ancianos, experimentará, en el ejercicio de su trabajo, la tensión ética que supone actuar en contra de sus convicciones para satisfacer las últimas voluntades y requerimientos de las personas que cuida. Doña Carmen, el doctor Harrison y Los Siete Magníficos pondrán a esta cuidadora en la tesitura de volver a reflexionar acerca de qué significa vivir y morir y, desde esta nueva sabiduría, afrontar su propia existencia.
A pesar de ser una novela sobre la vejez y la muerte, el tono no es ni fúnebre ni triste. Una mezcla de ternura y humor negro desdramatizan tanto la peripecia como las reflexiones. Contribuye a esta circunstancia el uso de un narrador que no juzga ni sentencia, que simplemente contextualiza y presenta, siendo los protagonistas con sus diálogos los que dan el carácter general amable de la novela. La cultura pop irrumpe en la obra a través de la música y el cine, muy presentes en la novela, aportando ligereza. Como dice uno de los protagonistas, "las ficciones pueden apartar fricciones".