"Volver individual aquello que es general"
(Hokusai)
El individuo, incluso el excepcional, acaba perdiéndose entre la masa por efecto del tiempo y el natural olvido pero, a su vez, la masa puede acabar diferenciándose en individuos únicos que recuperan su excepcionalidad. Recrear libremente la vida de alguien exige un movimiento retro-progresivo que implica, por una parte, "el coraje estético de seleccionar" (
Schwob) viajando al pasado y, por otra, la osadía literaria de aventurar una hipótesis particular que reproduzca en el presente una vida significativa. Este proceso implicaría escoger de entre un depósito de "groseros y burdos" datos aportados por las crónicas, las
memorias y las
biografías aquellos que constituyen la unicidad de un ser y agruparlos en base a una
conjetura que nos los muestre plenos de sentido y dibujando una forma individual que no se parezca a ninguna otra. Cosa que consiguió
Aubrey en "Vidas de personas eminentes" y, en menor medida,
Boswell en su mítico retrato del doctor Johnson.
Una
conjetura, al menos en ciencia, no deja de ser una propuesta en espera de falsación, pero en literatura es una apuesta personal sujeta a crítica aunque no a refutación.
Fleur Jaeggy lanza en este breve texto tres conjeturas vitales acerca de la existencia de otros tantos señores de la literatura, a saber:
Thomas de Quincey,
John Keats y
Marcel Schwob. En esta aproximación reconstructiva la escritora suiza afincada en Milán hace suyos a estos personajes y nos los devuelve con las marcas de su visión particular.
Nos impresiona un
Thomas de Quincey muy joven pero penetrado ya por una vejez prematura, despidiéndose de la infancia mientras dicta sus memorias "a la quietud sin brisa, a las cenizas, a la condición susurrante del destino, al lúgubre punto de exclamación, a las visiones, a la apatía". Un adolescente aventurándose en la indiferencia con un paraguas y una edición de Eurípides en el bolsillo que descubrió muy pronto la peligrosa ebriedad del "justo, sutil y poderoso" opio, mezclado con las lecturas de Kant, su primer héroe.
Nos sorprende
John Keats, un niño huérfano, fuerte y de acción, para el que pelearse era como comer y beber y que en 1813, tras haber estudiado Medicina, dio con los poemas de Spenser y decidió que la poesía era "la única cosa digna de atención para una mente superior". Su enorme talento y su prematura muerte en Roma hicieron que su nombre quedara escrito en el agua.
Nos seduce un
Marcel Schwob demasiado precoz, demasiado inteligente, convertido pronto en "el gran jeque del saber y los grimorios", un hombre que cuando se supo enfermo decidió visitar los lugares de su adorado Robert Louis
Stevenson y en un viaje hallar "las sombras de los encantamientos". Quiso, como dijo Jules Renard, vivir sus relatos antes de morir. No encontró la tumba de Stevenson en el monte Vaea, aunque eso no le impidió morir con los ojos imperiosamente abiertos.
Percibir el movimiento de una vida hasta sus curvas más leves y hacerlo tanto en lo individual como en lo social; rellenar el molde de su huella, de su paso por el mundo, con signos vivos; abrir una minúscula ventana sobre un alma grande a la espera de que ésta libere alguno de sus secretos; indagar en lo celular como vía de acceso a los tejidos que, agrupándose en forma de órganos, buscan la función. En estas "
Vidas conjeturales"
Fleur Jaeggy consigue perfectamente dar el paso de lo anatómico-biográfico a lo fisiológico-literario y lo hace sin renunciar a lo poético y a lo narrativo. Al igual que su maestro
Schwob, busca la anomalía que hace único a un personaje y la convierte en arte mirándola con el ojo de su mente, arte de la biografía propio más de "retratistas" que de historiadores.