"Algo pequeño y apacible. Insoportablemente valioso"
(Arundhati Roy, "El dios de las pequeñas cosas")
No son más que las pequeñas cosas, su estatura menuda no las hace dignas de una atención preferente, pero con el tiempo se agigantan en nuestras memorias individuales y se proyectan hacia el futuro, provocando en nuestra conciencia aquello que Ricardo Piglia llama "iluminaciones profanas". La vida nos susurra constantemente pero, agotados por el griterío, el ruido de fondo o por las interferencias, no le prestamos debida atención. Hemos perdido la capacidad de escuchar, filtramos "lo importante" y dejamos que se pierda lo único que hace a la vida digna de ser vivida: los amores ínfimos y fieles que nos ligan a las cosas y a las personas en una comunión de sentido.
Es un determinado tipo de mirada la que hace significativo lo insignificante, una mirada capaz de descubrir la dimensión molecular de la felicidad, una mirada ligada a lo inmediato y a lo cercano, muy consciente de que la cotidianidad puede ser el fermento perfecto de grandes historias. Carlos del Amor posee esta mirada y es capaz de renovar su propia experiencia a través de la literatura. Carlos desteje la malla fina de su vida, sus recuerdos, sus impresiones, sus afectos, sus "vivencias", para tejer de nuevo con esos hilos veinticinco "historias mínimas" ligadas directa o indirectamente a hechos reales y convertidas en una literatura muy cercana a la oralidad. No olvidemos que este observador atento de la vida con vocación de contador de historias ha cambiado en esta ocasión el micrófono por la pluma.
Carlos sabe que la mejor historia es "la que muere al ser contada" para luego renacer enriquecida en cada repetición oral. Pero esta vez las historias han quedado fijadas al texto, la variabilidad de las mismas dependerá sobre todo del lector. Para facilitar esto, Carlos del Amor ha ahuecado sus textos con elipsis, alusiones y sobreentendidos que permiten a cada lector rellenar estos huecos con sus propios materiales, disparándose así las posibles recepciones del texto. Cada lector una lectura, cada lectura cientos de matices, cada matiz un universo.
En definitiva, Carlos del Amor en "La vida a veces" nos propone viajar a Lilliput para volver a la tierra de los gigantes con ojos nuevos, con los ojos sabios de quien habita la realidad exacta, intensa y soberana de las pequeñas cosas.