Una persona sutil, cuando mira una pared con una fisura ve la fisura. Cuando ya es incapaz de ver la pared es que ha entrado en la fisura.
Marzal está en la fisura, en la costura nunca cerrada de la vida, en el lugar en que lo ínfimo alcanza lo infinito, y está allí respirando por la herida, la herida abierta que dejan una infancia eternamente perdida (“todos los mares de la infancia que soy cuando algo soy / ¿a dónde han ido a parar esos mares?”), unos poderes abandonados (“¿por qué si fuimos dueños no lo somos? / ¿por qué si lo supimos no lo sabemos?”), una nostalgia de “haber sido feliz y recordarlo”, unas palabras que jamás tocan la vida (“la vida se aleja si la nombras”). Sin embargo, esta herida es restañada a diario (“me curo de vivir en lo que escribo”) de forma que no se produzca una infección que amenace las ganas de vivir.
Cada poeta escribe al dictado de su poética y ésta se puede encontrar coronando cada uno de los poemas de Marzal. La corona de Carlos queda al aire en el poema titulado “Joana”, en el que se da una sobrecogedora definición de poesía: “¿por qué la poesía es el vislumbre de lo que estando vivo ya está muerto y de lo que en la muerte sobrevive?”.
Encuentro referencias veladas y explícitas de autores que también están en mi canon: Clement Rosset (fuerza mayor), Marguerite Duras (escribir), Alejandra Pizarnik (extracción de la piedra de la locura), César Simón al que en otras ocasiones he definido como el inventor del zen mediterráneo, al que yo hubiera dedicado también el poema “vaivén de mecedora”.Para acabar les traslado la última pregunta del poemario de Carlos Marzal: “¿estamos a vivir o es que no estamos?”. Ustedes verán.