Estamos en "lo más hondo del Dordoña, es decir, en ninguna parte, en Valaquia". El protagonista es un joven maestro de veinte años, "esa edad en la que creemos que no tenemos nada que dar", que llega a un pequeño pueblo a orillas del Beune en el que la niebla tiene gente dentro y la lluvia permanente mantiene mojados los cuerpos y entumecidas las almas. Una vez instalado, empieza a soñar devotamente con la carne densa, blanca y apetecible de la estanquera local, una mujer que cuando mira a alguien es capaz de desposeerle.
La aparición súbita de esta belleza rural (el protagonista no cree en las bellezas que se revelan poco a poco, sino en las apariciones) le asfixia de bestialidad y le llena de pensamientos abominables la sangre. Se apodera de él un rabioso e invencible deseo de poseerla, posesión que sólo se materializa en su imaginación cuando se entrega al onanismo virulento en los bosques ancestrales por los que ella pasea, bosques ancestrales en los que hombres antiguos "pasaron deseo", bosques ancestrales en los que la estanquera satisface también sus ancestrales pasiones con un vigoroso lugareño, rodeados ambos por el arte rupestre de Lascaux.
La lluvia, omnipresente en este pequeño rincón de Francia, tiene un papel fundamental, lo borra todo, "cubre el mundo para que podamos ver en su lugar nuestros sueños". Sueños que, en el caso de nuestro protagonista, son siempre eróticos, fantasías sexuales en las que la estanquera, libre de inhibiciones, se le entrega apasionadamente y sin reservas en cualquier lugar, movida como él por la poderosa fuerza que convierte al objeto sexual en el centro de un universo presidido por las leyes del deseo más primario. Amor lo llaman los románticos, deseo de engendrar en lo perfecto los platónicos, "appetito di bellezza" los renacentistas, hipervaloración del objeto sexual los freaudianos, mandato evolutivo los antropólogos. En definitiva, la vida explotando en el cuerpo y poniendo de rodillas todas las capas culturales del homínido voluptuoso que somos.
Otra mujer entra en la vida del joven maestro: Hélène, una madre-tierra, vieja, recia, orgullosa, radiante y reflexiva que regenta la pequeña pensión en la que se hospeda el protagonista. Hélène es una mujer "que ya se ha librado de aquella hinchazón, de aquella quemadura que arroja a las más jóvenes hacia el drama de la noche, las envilece y las consagra, las hace perderse de placer". La posadera Hélène y la estanquera Yvonne constituyen dos formas inmemoriales de feminidad, la primera representa a la madre, el útero del que se ha salido, la segunda a la amante, el útero al que se quiere entrar. Del trauma del nacimiento al nacimiento del trauma. Del dolor de la separación al dolor de la imposible unión.
Una vez a bordo "de la barca de mala muerte de la vida adulta" eso es lo que nos espera, el retorno y la religación imposible y la muy poco probable fusión. Fusión que sólo alcanzamos en grado de tentativa cuando se activa la trampa del sexo y ya sólo manda la turbulenta confusión de los cuerpos, que sólo finge dar pero impide darse.