Un abogado sin ambiciones ni aspiraciones contrata a un extraño escribiente, Bartleby. Sin pasado, sin referencias, el nuevo empleado ocupa su puesto frente a un biombo y una ventana ciega. Centrado y metódico, trabaja sin pausa hasta que, ante determinados mandatos del abogado, manifiesta suave pero firmemente que prefiere no hacerlos. Por otra parte, pasa cada vez más tiempo ensimismado y con los ojos fijos en la ventana sin vistas...
¿Quién es Bartleby? Para los filósofos un nihilista estoico o un escéptico, para los religiosos un místico contemplativo, para los políticos un anarquista antisistema, para los psiquiatras un paranoico esquizoide aquejado de mutismo. Vemos pues cómo Bartleby, a pesar de los escasísimos datos que nos da el narrador ("creo que no existe material para escribir una biografía completa y satisfactoria de este hombre") es una figura inquietantemente polimorfa que desafía tanto a la lógica como a la psicología.
Bartleby es un hombre sin referencias, sin cualidades, sin particularidades, usando el concepto de Musil, un hombre sin atributos. Hermético e impenetrable, aparece de la nada y se instala en una "pura pasividad paciente" (Blanchot) y al final se deja morir de inanición. Bartleby es la alegoría de una posición existencial caracterizada por una suspensión de la acción regida por una "lógica de la preferencia negativa" (Deleuze). Su divisa "Preferiría no hacerlo" no indica que se niegue a hacer (voluntad), sino que prefiere (intención) no hacer algo ("¿No quiere hacerlo?" - pregunta el abogado. "Prefiero no hacerlo" - responde Bartleby).
Su negativa inmotivada a hacer, combinada con su inhumana calma y su firmeza suave, desconcierta y causa una extrañeza paralizante a aquellos con los que interactua. Además el escribiente permanece inmutable mientras los demás sufren importantes cambios a raíz de su relación con él. El abogado, protagonista y narrador, pasa de la sorpresa a la ira, de la ira a la irritación, de la irritación a la reconciliación, de ésta a la piedad y la caridad, para acabar en pura fraternidad.
A Bartleby se le presiona para que diga sí o no. Esperan de él una negativa rotunda, una insubordinación para así poder echarlo, pero el escribiente "no rechaza aunque tampoco acepta, avanza y se retira en su mismo avance, se expone apenas en una ligera retirada de la palabra" (Philippe Jaworski). Por otra parte, Bartleby tampoco expresa algo preferible, de manera que entre lo que no prefiere -conocido- y lo que prefiere -desconocido- se abre un ámbito de indeterminación que desconcierta y desarma cualquier intento de réplica ("había algo en Bartleby que no sólo me desarmaba de forma extraña, sino que, sorprendentemente, me conmovía y desconcertaba").
El propio Melville en "The confidence-man", obra cuajada de reflexiones literarias, establece una distinción entre personajes "originales" y los simplemente singulares o particulares. Los segundos, en última instancia, obedecen a leyes generales, los originales fundan su propia lógica, "no padecen la influencia de su medio, sino que, al contrario, expanden a su alrededor una luz blanca y plácida, parecida a la que acompaña el inicio de todas las cosas en el génesis". Bartleby es un "original", en el sentido que le da al término Melville; sin duda es uno de los más originales en toda la historia de la literatura.