"Unos sirven a la lujuria, otros a la avaricia, otros a la ambición y todos al miedo".
("Cartas a Lucilio", Séneca).
El
pecado es un hecho religioso. Más que un acto que infringe una ley es un estado en el que alguien se conduce al margen de Dios o contra él. Pero, en el fondo de todo pecado, y más si es un pecado capital o mortal, no hay más que una necesidad neurótica fundamental que ha tratado de ser embridada a golpe de prédica, catecismo o encíclica. El hombre es un ser de poderosas pasiones y son éstas las que le arrastran al pecado, al intento de situar en un bien limitado el sentido último de su vida, al intento de saciar en objetos finitos su deseo de lo absoluto, a la persecución constante y desesperada de las posesiones materiales, la satisfacción de su líbido, la saciedad de su estómago o el lustre de su ego.
Todos somos pecadores, porque todos tenemos miedo. Todos, como dice
Séneca, servimos al miedo. Para los que confiesan su pecado, hacen acto de contricción y propósito de enmienda existe el perdón y la redención; para los que no lo hacen no hay misericordia, sólo el castigo y el infierno. ¿Pero qué pasa cuando pecado y delito se confunden? ¿Qué ocurre cuando a un delito, en vez de aplicársele una pena tipificada, se le aplica un castigo divino? ¿Qué tiene que ver la venganza con la justicia?
La subinspectora
Alex Serra, perteneciente a la División de Investigación Criminal y apartada temporalmente del servicio por un grave incidente con un compañero del cuerpo, es requerida por sus superiores para colaborar en la resolución de un extraño asesinato producido en el corazón del
Pirineo. A sus grandes dotes intuitivas, valor y capacidad de liderazgo se une el perfecto conocimiento que tiene de la zona. Ella y su equipo descubren una vieja foto tomada en la antigua Colonia Industrial Dalmau, situada en un apartado paraje pirenaico, que les pondrá en la pista de una serie de crueles y misteriosos asesinatos rituales, al parecer conectados entre sí. La pesquisa del equipo policial, a su vez, revelará también el papel vergonzante que tuvieron algunos españoles en el éxodo a través del Pirineo de los perseguidos por el
nazismo.
Estamos ante una novela estereográfica, que oculta una imagen tridimensional dentro de una estructura bidimensional. Una historia de historias que usa la ruptura de las secuencias cronológicas como un acelerador de la trama y la inclusión de un diario personal como una historia paralela que alimenta de forma dosificada la intriga. Esta novela requiere de un esfuerzo vesaliano de disección ampliamente recompensado por constantes sorpresas argumentales.
No hay luz bajo la nieve. La nieve, mientras cae, provoca el silencio y, cuando se deposita sobre el suelo, la oscuridad. Y ambas cosas son imprescindibles, pues generan sus propios tesoros: la paz y las mariposas isabelinas, o lo que es lo mismo, la armonía de la belleza, el mejor remedio contra el dolor.