Para el
realismo el texto es un mundo-espejo en el que se refleja la realidad, una realidad en la que las ideas, contrariamente a lo que defiende el
idealismo, no tienen una existencia autónoma sino sólo asociada a las cosas "reales". La
literatura europea privilegia la
escritura frente a la
oralidad y esto perjudica a la novela africana, cercana a la voz y al cuerpo, aunque puede que esta teoría sólo sea una forma de sustentar "la mística de los africanos como últimos transmisores de las energías humanas primordiales". El raciocinio nos aleja de los animales pero la encarnación, la sensación plena de estar vivo, el goce de vivir como cuerpo y no en un cuerpo, lo compartimos con ellos. De ahí la obligación de hacer un esfuerzo de imaginación compasiva y de identificación poética con el ser del resto de las criaturas con las que compartimos el mundo.
El objetivo de las
humanidades como disciplina no es convertir al
helenismo en una religión alternativa, sino en convertirse ellas mismas en una especie de "guías para perplejos" que respondan a las necesidades profundas del hombre, a sus ansias de salvación a través de la conjunción de lo extático y lo estético. "¡Queremos ver porque somos humanos!", pero hay algunas cosas que deben permanecer fuera de escena; no es bueno
leer ni
escribir ciertas cosas, sobre todo las que hacen referencia al mal absoluto. Los dioses existen, pero lo hacen en una modalidad del ser extraña para la mayoría de las personas, las cuales nos movemos en un cosmos dominado por la necesidad, el azar y las tensiones "bidireccionales" que el deseo provoca entre los seres.
Estas son, entre otras muchas, algunas de las interesantes reflexiones que
Elizabeth Costello, veterana escritora australiana de éxito, va desarrollando en una serie de
conferencias, charlas y apasionantes coloquios a lo largo de esta original novela. Novela que hace un recorrido intelectual pero también vital y experiencial de la protagonista. No sólo a través de las conferencias, sino también en el contexto en el que éstas se desarrollan,
Coetzee va desgranando detalles mayores y menores de la personalidad, biografía y estado de las relaciones de
Elizabeth con los seres de su entorno afectivo. De forma magistral, el
Premio Nobel sudafricano, desnuda la mente y el corazón de la escritora de Melbourne y nos la presenta al mismo tiempo como artista de reconocido prestigio en el mundo literario y como "criatura desdichada, hendida y temblorosa" en su fuero interno. Entre charla y charla no solo descubrimos a la
Elizabeth escritora y pensadora, sino también a la madre, amiga, hermana y amante.
Nos seduce poderosamente el último capítulo titulado "
En la puerta", una especie de
mise en scène kafkiana, con su
muralla, sus
centinelas y su
puerta, ante la cual llega la protagonista para poder cruzar "al otro lado". Lugar al que sólo se puede llegar presentando un salvoconducto que otorga una dura junta examinadora. Tribunal al que debe remitirse un certificado en el que consten las creencias o, al menos, las pasiones o sentimientos del solicitante. Tras varios interrogatorios improductivos la solicitante, que ya ha podido vislumbrar a través de la puerta entreabierta la luz que llega del otro lado (al igual que en el relato de
Kafka) se da cuenta de que todos somos "solicitantes que esperamos nuestros juicios respectivos" delante de nuestra puerta correspondiente y que el tribunal que tenemos en frente no es un tribunal de ley ni de lógica, sino un tribunal de paradojas, ya que ellas son las únicas y misteriosas claves de nuestra existencia.
"-¿Cuántos pasamos? ¿Cuántos aprobamos el examen y cruzamos la puerta?
- Todos tenemos una posibilidad".