Vestir el pasado con los ropajes de la imaginación no es traicionarlo, sino hacerle cobrar nueva vida. Tomar de la historia personajes reales y animarlos con hechos imaginados, sorprendentes e incluso fantásticos no es olvidar la obligación del biógrafo de ser fidedigno, sino completar su tarea devolviendo al presente no cadáveres momificados por el tiempo, sino recreaciones rebosantes de vida capaces de convertir meros datos biográficos en seres únicos. La función del arte, que no de la ciencia histórica, es para Marcel Schwob "lograr convertir en individual lo genérico", el arte no desearía más que lo único y lo único se consigue arrancando del marco común, del fondo compartido, lo absolutamente distinto.
Schwob, haciendo gala de una enorme erudición, elige un personaje histórico y usa su imaginación para teñir libremente los aspectos más subjetivos de éste. Sus personajes vuelven a la vida desafiando cualquier archivo conocido y son impulsados y travestidos por el genio de este escritor hacia una nueva vida literaria. De hecho, en opinión de Cristian Crusat, Marcel Schwob "intuyó que la biografía y la historia atesoraban una naturaleza maleable y que entrecruzando noticia e imaginación la historia interna del personaje debía predominar sobre la historia externa".
Consciente de que cada hombre no posee realmente más que sus extravagancias y sus anomalías, Schwob completa en "Vidas imaginarias" una galería de personajes radicalmente inimitables y rabiosamente únicos. Conformados a partir de un caos de rasgos humanos y retratados en su singularidad con el mismo cuidado, tanto si estos hombres son "divinos, mediocres o criminales". De esta manera descubrimos al cínico Crates, discípulo de Diógenes, que a fuerza de vivir con sencillez lo hizo como si de un perro callejero se tratara. Al poeta Lucrecio, que tocado por la bendición de los espacios calmos y habiendo descubierto la vanidad de todo, siguió "llorando y deseando el amor y temiendo la muerte". A Petronio, el novelista que olvidó completamente el arte de escribir en cuanto vivió la vida que había imaginado, o al hereje Dolcino que para recuperar la inocencia de los niños construyó una cuna, se hizo envolver en pañales y pidió el pecho a una mujer simple que lloró de piedad.
Para Schwob el arte era una manifestación del hombre en su totalidad y su objetivo representar a la vida "reducida a sus proporciones verdaderas" y la verdad de la vida de un hombre estaría en su mundo interior, en el balanceo constante entre "el egoísmo y la simpatía", entre el espíritu de conservación y el espíritu de sacrificio, entre la expansión de su propia vida o la expansión de la vida de todos. Un hombre apasionado debe producir un arte "desordenado e individual", incluso a pesar de que las influencias exteriores de su época lo empujen hacia un arte simétrico y productor de tipos. Como el mismo Schwob dijo, "cualquier escrito que contenga un ápice de vida verdadera tiene por lema este: ¡camina, camina!"
"Vidas imaginarias" de Marcel Schwob supone una auténtica declaración literaria en favor de la libertad del arte y abrió una senda en la historia de la literatura que luego siguieron autores como Alfonso Reyes ("Retratos reales e imaginarios"), Jorge Luis Borges ("Historia universal de la infamia"), Juan Rodolfo Wilcock ("La sinagoga de los iconoclastas"), Roberto Bolaño ("La literatura nazi en América"), Enrique Vila-Matas ("Recuerdos inventados"), Fleur Jaeggy ("Vidas conjeturales"). La influencia de Schwob también se deja ver de forma general y diluida en las obras de autores como Pierre Michon, Danilo Kiš, Antonio Tabucchi o Pascal Quignard. De alguna manera, todos son deudores de una concepción de la escritura en la que la tensión narrativa entre lo real y lo imaginario se resuelve a favor siempre de un arte más vivo y exultante que, partiendo del invento de la verdad, desemboca en la verdad inventada.