"Antes sólo conocía cansancios temibles"- afirma Peter Handke en la primera frase del libro y se refiere en ella a ese tipo de cansancios que tienen la forma de sufrimiento y que son como una enfermedad deformante, tanto de tu entorno como de ti mismo. Cansancio infantil vinculado al sentimiento de culpa, cansancio juvenil de las aulas que te vuelve rebelde y ansioso, cansancio-de-pareja que da fin al hechizo del amor, cansancio-de-nosotros. Estos cansancios te paralizan, te petrifican en lo más íntimo, te convierten en "estatua de cansancio". Estos cansancios te golpean con "la incapacidad de mirar y con la mudez" y, en ocasiones, pueden convertirse en un cansancio de la vida o incluso en cansancio del universo.
Pero no todos los cansancios son temibles, existen los "buenos cansancios", cansancios incluso bellos como los que han llevado a Handke a escribir este ensayo, como por ejemplo el cansancio común o el cansancio de grupo, que afecta a un colectivo de trabajadores manuales después de finalizar su tarea y que provoca entre ellos una concordia ocasional, una unión fraternal. Se trata de un cansancio honrado, de igual a igual, un cansancio de todos que purifica, un cansancio de párpados pesados e inflamados pero que mantiene despiertos a los hombres, los llena de alma, "cada uno de ellos es la presencia de espíritu en persona".
Hay cansancios que te quitan el yo-mismo, "la eterna causa de desazón", cansancios terapéuticos que tienen algo de curación. Hay cansancios que narran, que permiten que nuestro lenguaje, que nuestro yo-lenguaje se relacione con el mundo, desenmarañándolo y ordenándolo en una secuencia que adopta forma narrativa. Hay cansancios que nos abren, que nos hacen porosos para así poder participar en "la epopeya de todos los seres vivos". Hay cansancios activos y hombres cansados que desde su posición sedente intervienen con la mirada incorporando a su centro todo lo que vive y se mueve. Ese mirar desde el cansancio ya es hacer, comenzar y dar. Hay hombres cansados cuyas manos "ya no cogen nada, juegan sólo". Pero hay también cansancios que son descanso, "que dicen menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar", cansancios que rejuvenecen, que son como "el más del yo menor" que convierten en sorprendente todo lo que ilumina su calma.
Pero este tipo de cansancio bueno no se busca ni se planifica, no es una meta a conseguir, simplemente llega aunque no sin fundamento, no sin previa fatiga, pero llega sin aviso tras una pequeña llamada "y nos cuenta algo". Y nos llega a todos menos a los incansables, a los-no-cansados, gente que se hace vieja sin cansarse, que nunca forma parte del "cortejo del cansancio", gentecilla sagaz y despierta, siempre al acecho, que acaba convirtiéndose en la clase dirigente y lo hace de forma insolente, violenta e incansable. "Un tropel obstinado condenado a no darse cuenta de sus deshumanizadas acciones, a estar girando en círculos indefinidamente".