El vagabundeo, la caminata, el paseo a pie, son "la experiencia corporal con la mejor sintaxis para acompañar la vida". Su velocidad es la más adecuada para la observación y el pensamiento y a veces sirve para ayudarnos a ser nosotros mismos. "Caminar es poner en escena la ilusión de autonomía y sobre todo el mito de la autenticidad", ya que para los verdaderos caminantes esta actividad es una costumbre esencial de su verdadera vida.
Nuestro narrador y protagonista es un eterno caminador, esta práctica le ha acompañado toda la vida desde que de joven idealizó románticamente las caminatas. Pero últimamente caminar se está vaciando de significado para él. El aliento de aventura y misterio que antes le animaba cede ante la impresión, cada vez más frecuente, de que sólo le quedan "ojos para distinguir lo repetido". Sospecha que las sorpresas que el camino le va a deparar no serán importantes y eso acaba minando su "moral de caminante". Ahora, cuando camina, persigue cosas que no aparecen o no existen y que, cuando las encuentra, no le satisfacen porque ya no cree en ellas. Aun así no deja de caminar, aunque sus paseos se convierten en ceremonias indiferentes ejecutadas de forma casi mecánica, como las de cualquier hábito cotidiano. Le embarga por una parte "la zozobra del caminante, una mezcla de rabia y vacío, de sed y rechazo", pero al mismo tiempo también la certeza de que nunca dejará de caminar aunque sólo sea por "inseguridad y por vacío de voluntad".
El protagonista se encuentra en una ciudad del sur de Brasil. Es escritor y participa en un evento literario. Corre el mes de Noviembre, el mes de su cumpleaños y, como siempre por estas fechas, con puntualidad astronómica, le llega una invitación íntima para pensar "en el discurrir del tiempo, en el pasado y en el porvenir, en lo desconocido y lo abandonado, lo perdido y lo desaprovechado". Siempre celebra su aniversario viajando a un planeta hermano en el que su existencia real queda en suspenso, puesta en duda o escondida. Este año el catalizador de este viaje será un descuidado y solitario parque urbano brasileño, un auténtico "lugar de abandono" donde el caminante se ausentará y se convertirá en nadie, volviéndose indistinto e impreciso como el lugar que recorre. Comienza entonces un vagabundeo lúcido por el parque, un paseo absorto que convertirá al narrador en testigo providencial de cómo "el despliegue fatuo de lo real" adquiere cierta consistencia dramática, de cómo lo anodino, banal y previsible puede provocar un efecto de realidad extendida o aumentada, de cómo las minucias de la vida pueden trasladarnos a una dimensión existencial diferente, alterna y autónoma, pero compatible y complementaria de la usual.
Empujado por "una devoción privada, no demasiado fervorosa pero sí bastante inercial", nuestro caminante llega a la terraza del café del parque, toma asiento allí y se pone a representar una habitual escena de escritor: taza de café y morral con las típicas herramientas literarias dentro. Las mesas de los cafés siempre funcionaron para él como lugares promisorios, favorecedores de la inspiración. Escribir en público le provocaba siempre un temblor sensual que, aunque mínimo, le hacía absolutamente feliz. Pero desde hace un tiempo es incapaz de escribir en público. Se avergüenza de ser escritor, de dedicarse a algo tan "improductivo, una cosa medianamente inútil y bastante banal". Se da cuenta de que ser escritor ha sido durante mucho tiempo su mentira vital, aquello sin lo cual su vida se desmoronaba. Ahora siente que cuando escribe la realidad ya no es solidaria con él, se ha perdido esa conexión sutil entre sus dos mundos: el de la inmovilidad y la espera y el de las acciones e intercambios con el prójimo.
El escritor israelí Avishai Margalit afirma que cuando alguien camina mirando el suelo es que está pensando en el pasado y que cuando alza la vista es que imagina su futuro. Un escritor que camina es alguien con un ojo en la espalda, capaz de hacer prospectiva desde la perspectiva, alguien que piensa como Kierkegaard que la vida se vive hacia delante, pero se entiende hacia atrás.
Curiosidades: - En varias ocasiones a lo largo del libro, el narrador confiesa que cada vez con mayor frecuencia se siente un personaje de Kentridge, en especial Félix, del que dice que es un "ser errabundo, alguien versátil a la deriva de la historia y al curso de la economía, pero al mismo tiempo exageradamente indolente ante aquello que lo rodea, cosas o individuos, hasta el punto de sucumbir sin sobresaltos a las consecuencias, en ocasiones definitivas, de sus acciones". Os presentamos a continuación un vídeo de Félix, el personaje más famoso y alter ego de William Kentridge.