"...después sucedió la vida, Dios desertó, la conciencia se abrió su camino, y con ella la identidad; soy lo que he leído, soy lo que he visto, tengo en mí tanto de árabe como de español y de francés, me he multiplicado en estos espejos hasta perderme o construirme, imagen frágil, imagen en movimiento".
Según decía
Pascal, en nuestra naturaleza está el movimiento. El hombre se resiste a la muerte y al endurecimiento desatando sus pies. Renunciando a la defensa inútil y extenuante de sus alrededores inmediatos y con el pretexto de "el alimento, la fecundación o el combate" algunos hombres inician una travesía en busca de su propio ser. En ocasiones con este desplazamiento sólo se consigue trasladar el propio sufrimiento a otro contexto, cambiar los "males de lugar", como diría
Paul Morand. Pero también puede darse el caso de que la deslocalización geográfica y cultural suponga un estímulo en nuestra tarea de descubrirnos. La descoyuntación y el desgarro a veces suponen un paso previo necesario para nuestra construcción. Ya que la vida es, según una reflexión del narrador de esta novela, "una máquina de arrancar el ser", vivirla sería proteger éste en cada puerto.
Cualquier viaje que no sea un mero desplazamiento turístico siempre es un viaje iniciático, una búsqueda de la propia identidad, una huida de las sucesivas cárceles en las que nos va encerrando el destino, "esa maraña de invisibles series causales".
Ibn Battuta, el infatigable viajero medieval y oriundo de
Tánger, cuya referencia es constante en esta novela, decía que "quien no viaja no conoce el valor de los hombres"; nosotros añadiríamos que quien no viaja, quien no se deja viajar por la conciencia, nunca sabrá quién es ni hasta dónde llega su valor.
Lajdar, un joven marroquí de 17 años, comete el pecado de yacer desnudo con su prima
Meryem. Este acto "deshonesto" condenado por su religión ("si no existiese la religión, la gente sería mucho más feliz") precipita su expulsión de la familia y desencadena en el protagonista un proceso de revolución vital que se inicia en Tánger, pasa por Algeciras y acaba en Barcelona, en el barrio del Raval, donde
Lajdar acude en busca de
Judit, una joven catalana "
indignada" de la que está enamorado. Durante este periplo de dos años el joven tangerino vivirá aunque de forma escéptica, pasiva y poco comprometida la llamada "
primavera árabe" y las revueltas de los indignados españoles del 15-M.
Este viaje existencial de
Lajdar acelera su maduración, lo cual le permite en un gran acto simbólico deshacerse de su lado más oscuro, representado en la novela por su amigo
Bassam atrapado en una cédula integrista islámica. Este acto de rebeldía definitivo y capital ("tal vez nuestras vidas valen para un sólo instante, un sólo momento lúcido, un sólo segundo de coraje") le permite ganar una libertad de la que paradójicamente disfrutará en un nuevo encierro ("somos animales enjaulados, que viven para disfrutar, en la oscuridad"). Afortunadamente siempre le quedarán los libros, auténticos espacios de libertad y "el único lugar sobre la Tierra donde resulta grato vivir".