"La introducción en lo que escribo de algo escrito por otro no ha de ser vista como un acto reflejo, sino consciente, como un firme paso para ir más allá de ese punto del que parto y que fue el punto de llegada de otro". (George Perec).
Me llamo Bruno Montano, como todo el mundo. Sé que hay quien piensa que al escribir no hay que deberle nada a nadie, que la originalidad no reside en la asimilación de otras voces amigas, sino en encontrar una manera incontaminada de proyectar la propia voz. Quizá sea porque ignoran que escribimos siempre después de otros, que la
literatura es un gran espacio anónimo en el que todos los escritores acaban disolviéndose, que todo escritor es todos los
escritores. Quien olvida esto último está abocado al casticismo y a la ocurrencia, dos de las variables más lamentables del tópico, o lo que es peor, a citar de forma no deliberada e inconsciente. Quien no lo olvida asume sin reservas un destino de príncipe que todo lo ha aprendido en los libros. Con tantas cosas para tomar prestadas, qué felicidad robar algo, modificarlo y disfrazarlo para un nuevo fin. Se trataría de fragmentar el antiguo texto de la literatura y diseminar sus rasgos según formas irreconocibles, como si maquilláramos una mercancía robada.
Estar enfermo de literatura es pensar con las palabras de otro y recordar con recuerdos de otro y, en fin, sentirse angustiado al pensar que nuestro destino pueda ser acabar convertido en un diccionario ambulante de citas. El protagonista principal de esta novela,
Simon Schneider, es un auténtico archivo de citas, de frases ajenas, aisladas de su inicial contexto, las cuales distribuye comercialmente. Es un
hokusai, un experto en el arte de citar, arte patentado pero no desarrollado por
Georges Perec en los 60. Entre sus clientes está el
Gran Bros, su hermano y escritor de culto, a quien sirve citas además de instrucciones para organizar la inclusión de lo intertextual en sus novelas. La ayuda de Simon, ese suplemento oculto, permite a su hermano desarrollar el
toque Bros, seña de identidad y base del éxito de su obra. Éxito vivido desde el anonimato, desde su condición
pinchoniana de autor enmascarado que alcanza la fama rehuyéndola, que alcanza el ser en un afán de no-ser. Un encuentro en Barcelona entre Simon y su hermano y cliente propiciará el choque entre dos maneras de entender la literatura y también la vida.
Enrique Vila-Matas se formó literariamente viendo cine de vanguardia de los años 60, viendo cómo
Jean-Luc Godard insertaba docenas de citas en medio de sus historias. Poner una cita es como lanzar una bengala de aviso y esperar la complicidad del lector. Por otra parte,
citar es también ponerse una máscara y, ya se sabe, para andar por ahí nada tranquiliza tanto como una máscara, porque ¿en quién no anida un profundo deseo de no ser únicamente él mismo, sino también, descaradamente, los otros? La identidad, cuestión metafísica bautizada como personalidad o carácter por la psicología contemporánea, no es más que una ilusión que oculta el puzzle ocasional de características o rasgos en los que coagula inestablemente el terrible Yo. Lo que nos contamos de nosotros mismos es una impostura narrativa, al igual que toda la literatura, un juego textual de intercambios, préstamos y transacciones varias. No somos seres compactamente perfilados, estamos compuestos de múltiples existencias menores, seres virtuales y potenciales que nos acompañan y prolongan haciendo que crucemos por el mundo a tientas como transeúntes a media luz.
Abandonar nuestra casa y, dando un paseo
walseriano siempre al borde del abismo, perseguir una frase inacabada sobre el infinito, a la espera de una revelación o epifanía que aclare la
bruma insensata en la que se agitan inquietantes sombras. Usaremos para ello la energía de ausencia -fuerza que proviene de lo que ya no está, ya no es o ya no podrá ser- y el distanciamiento de las cosas de este mundo, actitud que nos protege del sentimiento trágico de la existencia como nuestro abrigo favorito lo hace del frío. Esta particular poética puede provocar momentos de especial lucidez literaria, como cuando el autor de este libro dice que la ficción es algo del pasado, como decían los hegelianos del arte o
Borges de la lluvia, o como cuando dice que la esencia de un texto es escapar de cualquier determinación esencial, o como cuando dice que escribir es justificarse sin que nadie te lo pida, o como cuando dice que la literatura es una completa impostura, que el arte no es nada aunque hay que recordar que sólo lo tenemos a él, o como cuando viene a decir que todo escritor duda permanentemente entre el desprecio y la renuncia a la escritura o la fe injustificada en ella.