Indochina francesa, años veinte. Ella lleva un vestido de seda natural casi transparente, sin mangas y muy escotado, unos zapatos de tacones altos de lamé dorado y en la cabeza un sombrero de hombre de ala plana, de color palo de rosa, con una cinta negra. Tiene quince años y medio y el maquillaje no logra ocultar un rostro extenuado y ojeroso, premonitorio del rostro futuro "devastado" por el alcohol y la ausencia de dios.
Su aspecto ambiguo y su rostro poderoso ("a los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer") convocan las miradas y el deseo. Es una niña extraña, solitaria y silenciosa ("el silencio es el lento trabajo de toda mi vida"). Ya sabe que quiere escribir ("Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida"), ya está esperando como
Kafka delante de la puerta cerrada y allí permanecerá toda su vida.
Su padre ha muerto, su madre -arruinada por una mala inversión- ha renunciado a vivir y ya sólo planea y anuncia las desgracias futuras para ella y sus hermanos, su hermano mayor y su hermano menor (nunca a lo largo de la narración los llama por su nombre). La pobreza ha destruido a su familia, la desesperación ha sustituido en sus vidas a los sueños; desde entonces están "unidos en una vergüenza de principio por tener que vivir la vida".
De regreso a un pensionado para niñas de
Saigón, mientras espera un transbordador que cruza el
Mekong, conoce a un rico heredero
chino doce años mayor que ella e intuye que aquel hombre -el primero- está en sus manos y que "otros, a partir de él, podrían estar también en sus manos si la ocasión lo permitiera". Tras año y medio de encuentros eróticos con
el amante rico "la pequeña" sabe que no lo quiere y él sabe que ella no lo amará nunca. A la vista de todo el mundo ella se está vendiendo, se está prostituyendo, pero ella debe llevar dinero a casa.
A través de esta relación "la pequeña" descubre el deseo y sus exigencias, el cuerpo y sus poderes ("cuando se deja hacer al cuerpo y buscar y encontrar y tomar lo que él quiere, y todo es bueno, no hay desperdicios"), el placer y sus muertes pequeñas ("cada tarde, con los ojos entrecerrados, me hago dar el placer que hace gritar"), descubre que los besos en el cuerpo hacen llorar, que al entregarse por primera vez se envejece y que hay hombres que no encuentran fuerzas para amar "más allá del miedo" y esta cobardía los convierte en infelices para siempre.
Esta turbadora historia cargada de sensualidad y erotismo, construida con material autobiográfico, fue merecedora del Premio Goncourt de 1984 y constituye una obra maestra del denominado "
nouveau roman" francés.
Marguerite Duras, "la pequeña", protagonista de esta narración, cumplidos ya los 70 años de edad y sin ningún pudor decidió desvelar "ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos" de su juventud que habían permanecido ocultos y que marcaron toda su vida de tal manera que pudo afirmar que muy pronto en su vida fue demasiado tarde.