"No hay nada menos real que el realismo. Los detalles confunden. Sólo mediante la selección, eliminación y el énfasis podemos llegar al verdadero significado de las cosas".
(Georgia O'Keeffe)
Las casas de los vecinos son un territorio extraño y desconocido, son lo que los antiguos geógrafos llamaban "terra incógnita". Están plagadas de marcas y signos capaces de revelar lo intra-ordinario. El vecino es el otro, está allí, forma parte de ese grupo tan peculiar que son los demás. El
vecino tiende a ser celoso de su vida, lo cual representa para el curioso una irresistible invitación a la conjetura, la reconstrucción o la disección. Intramuros "están -como diría George Perec- los objetos, las acciones, los recuerdos, las sensaciones, la fantasmagoría", extramuros los ojos vigilantes, los oídos atentos y la imaginación sobrealimentada. La vida de los demás siempre nos parece especialmente melodramática, sus costumbres raras, sus valores cuestionables. El otro siempre está por descubrir y en un esfuerzo verdaderamente empático lo acabamos descubriendo en nosotros mismos.
Miles de historias se desarrollan a nuestro alrededor y la mayoría ni nos rozan. Nos resultan ajenas. Evolucionan según unas particulares leyes internas que desconocemos. De repente alguna de ellas invade nuestro universo para quedarse. Cuando la historia de los otros experimenta una determinada prevalencia en nuestra atención empieza a convertirse en digna de ser contada y puede alimentar la escritura y convertirse en narración.
El narrador de "
El año sin verano" es un periodista cultural que ha iniciado tímidamente una carrera literaria con un libro de relatos a los que ha prestado su voz periodística. Para no quedarse "en el clásico escritor de un solo libro" decide, aconsejado por sus editoras ("no conviene dejar transcurrir más de dos años entre la publicación de un libro y el siguiente"), escribir una novela sobre la vida de su fascinante abuela. La narración no avanza y, de repente, interviene la realidad imponiéndole un nuevo tema, ya que "una novela nace en el lugar más inesperado". Y esta nueva novela surgirá de la intimidad violada por el narrador de las casas de sus vecinos. Domicilios en los que consigue colarse gracias a las llaves de la portera, unas llaves que no sólo abrirán los hogares de los otros sino también sus vidas, sus secretos, sus sueños, sus miserias, sus pasiones y sobre todo su dolor.
Pero nadie cuenta la realidad al pie de la letra y menos aún si lo que pretende es hacer literatura. No se trataría de levantar acta de lo real, si es que eso existe, o de retratar lo que vemos eludiendo todos los sesgos de percepción, si esto es posible. Se trataría de elaborar con materiales de todo tipo un artefacto con verdad literaria, una verdad que tendría más que ver con la coherencia de un texto y su verosimilitud que con su adecuación a lo fáctico.
Con "
El año sin verano"
Carlos del Amor da un giro a su incipiente carrera literaria, cambiando el registro cuasi periodístico de su libro de relatos anterior "
La vida a veces", muy cercano estilísticamente a su trabajo en televisión, por uno nuevo de factura narrativa en el que los saltos temporales, la inclusión de una novela dentro de otra novela, el juego entre ficción y realidad, la posición de privilegio del lector frente al protagonista y la confusión deliberada entre las personalidades del narrador y el autor redondearían una historia que, en palabras del propio autor, "no es policíaca pero hay policías, no es una novela de intriga pero hay una muerte, no es una novela autobiográfica pero hay un periodista de cultura, no es una novela romántica pero hay amor".