De repente uno se siente otro y ya lo es. Sin apenas darse cuenta uno ha ido construyendo al otro en el que acaba convirtiéndose. El yo al que nos agarramos carece de estabilidad temporal y consistencia interna. No permanece igual en el tiempo ni su estructura de contenido es fija.
Los otros que somos aparecen y desaparecen en función de las circunstancias vitales. Quizá esto asuste porque no tengamos una respuesta única para la pregunta ¿quién soy?, pregunta trascendental a la que nos impulsa en Occidente el mandato délfico: "conócete a tí mismo".
De alguna manera conocerse implica definirse, autoclasificarse y en última instancia limitarse. Si somos un proceso el yo es simplemente una ficción de estabilidad de la que, según Imre Kertész, "a lo sumo somos coautores". Ficción que actúa como celda en la que los individuos languidecen, presos de "un dolor sin nombre, ancestral, con carne y hueso, con cara y ojos".
A pesar de Auschwitz y a pesar de los duros años 50 la vida nunca dejó de tener sobre Kertész "un efecto inspirador, en absoluto destructivo", incluso después de la muerte de su mujer podía escuchar la insistente voz que "desde detrás de la niebla gris" le invitaba a vivir nuevamente.
Para Imre Kertész la historia de su vida son sus múltiples muertes, renaciendo otro después de cada una de ellas. El Nobel húngaro reconoce que su única identidad es la del escribir, además la del escribir desde la muerte, desde el otro lado del abismo. Escribir desde la muerte y después de haber pensado mucho en ella es la forma que tiene Kertész de mediar entre su vida y el sentido. Kertész es un místico y como tal lucha contra los dos grandes enemigos de la vida en-sí: el yo y la racionalidad.
En definitiva el escritor húngaro piensa, como Ibsen, que escribir es juzgarse a sí mismo y que la única forma de absorberse es llevando una vida plena, intensa y llena de trabajo interior. Como él mismo dice en "Yo, otro": "Hay que vivir de manera intempestiva, esto es, trágica, en las grandes dimensiones de una vida singular y de una muerte rápida, imprevisible, como aquel al que le ha sido dado un único y breve verano entre dos vidas, lánguidas vidas de larva".