En 1930 la política interna alemana sufre un vuelco. El partido nazi, en apenas 24 meses, gana 6 millones de adeptos pasando de tener 13 a 107 diputados. El 18% de los alemanes ha votado a Hitler y a su programa. El gobierno Brüning recorta el gasto público y sube los impuestos, con lo que pierde mucho apoyo popular y, dos años después, en 1932, Hitler -un joven cabo de origen austriaco- recibe 13 millones de votos. Hindenburg mantiene el poder pero, tres meses más tarde, lo cede al partido nazi que ya tiene 237 diputados. El 37% de los alemanes le ha dado su confianza al nacional-socialismo. El ascenso del partido nazi es imparable.
La familia Von Ulrich en 1933 contempla preocupada el panorama político alemán, consciente de que "el fascismo es una mentira, pero con un gran poder de seducción" y se pregunta cómo será la vida para sus hijos si Alemania se convierte en un estado fascista, cómo será la vida en un país que prefiere el liderazgo a la libertad. Los Ulrich reciben la visita en Berlín de Eth Leckwith y de su hijo Lloyd Williams, de afiliación política laborista, el cual toma contacto con el nazismo alemán y, horrorizado, a su vuelta a Inglaterra decide combatir toda forma de fascismo, tanto en su país como en España, en cuya guerra civil participa como voluntario de las brigadas internacionales defendiendo a la República en la Batalla de Belchite. A su vuelta de España declarará: "si algo he aprendido en España es que tenemos que combatir tanto a los comunistas como a los fascistas. Son perversos los unos y los otros".
El cierre en falso de la Primera Guerra Mundial, la Crisis económica de 1929 y sus consecuencias, el expansionismo militar alemán y japonés, unidos a la ineficacia de la Sociedad de Naciones, provocaron que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial, cosa que formalmente se produjo en 1939 tras el ultimatum de Neville Chamberlain que, desde el nº 10 de Downing Street, declara que Inglaterra está en guerra con Alemania. Poco después Winston Churchill asumirá el cargo de Primer Ministro y constituirá un gabinete de guerra.
Alemania ha invadido Polonia, Holanda, Luxemburgo y Bélgica y, a través de esta última, penetra en Francia. Más tarde y pese a los pactos con Stalin hará lo mismo con Rusia, donde es frenada por los bolcheviques. Esta enorme y desmesurada estrategia militar convertirá a Europa en "tierras de sangre", según la acertada expresión de Timothy Snyder. Al mismo tiempo Japón, en un proceso de expansionismo imperialista, ataca en 1942 Pearl Harbor declarando así la guerra a Estados Unidos.
En "El invierno del mundo" la segunda generación de los Williams, los Fiszherbert, los Peshkov, los Ulrich y los Dewar entrecruzan sus vidas y sus destinos siguiendo la evolución de los acontecimientos históricos y participando en ellos como activistas políticos, como soldados, como espías, como sanitarios, como científicos, pero también como seres humanos que sufren, que aman, que dudan y que buscan su identidad entre la heroicidad y el miedo. Sus padres vivieron la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la "Belle epoque", ellos padecerán el conflicto armado más devastador de la historia (60 millones de muertos) y, más tarde, asistirán preocupados al nacimiento de la Guerra Fría, proceso histórico de paz tensa conseguida a través del juego de equilibrios nucleares que marcará la historia de la segunda mitad del siglo XX.
Esta forma de narrar la historia permite a Follett multiplicar los puntos de vista y las aproximaciones a las claves históricas de la Segunda Guerra Mundial, ya que genera el marco apropiado para que distintas generaciones y desde distintos polos geográficos aporten su visión sobre este trascendental momento histórico.
Dejando aparte el drama humano y la épica de la guerra, en "El invierno del mundo" se respira una crítica del totalitarismo y de los regímenes políticos personalistas y autoritarios, tanto de corte fascista -en los que la lucha de razas es entendida como una ley de la naturaleza- como de inspiración comunista -en los que la lucha de clases se considera una ley de la historia. Denuncia también esta novela los peligros del caudillismo (que siempre llega con su mortífero cortejo de populismo, nacionalismo y demagogia), así como el uso amoral de la razón instrumental que, llevada al extremo, puede conducir al exterminio racial ("solución final"), al exterminio de los discapacitados ("Aktion T4") o al exterminio de los disidentes (purgas por hambre stalinistas). Según Hannah Arendt teoriza, todo totalitarismo introduce una estructura administrativa en la que la eficacia se convierte -con independencia de los fines- en una prioridad, siendo la razón una sierva de esta eficacia a la que sacrifica cualquier otra consideración de tipo intelectual o moral.