"Tener un proceso como este es haberlo perdido ya". Estas son las palabras premonitorias con las que Karl, tío de Joseph K., el inolvidable personaje de
Kafka, advierte a su sobrino acerca del viaje sin retorno hacia la condena que éste ha iniciado ya. Una vez practicadas las primeras diligencias del proceso la maquinaria jurídico-administrativa avanza implacable hasta que el acusado paga su culpa. Culpa, eso sí, indefinida y de origen desconocido. Culpa que, como advierte
Milan Kundera, los personajes de Kafka tratan de buscar cuando ya han aceptado la condena, a diferencia de los personajes de
Dostoyevski, que buscan la condena para purgar una culpa que les atormenta.
De alguna manera, lo que
Kafka hace fundamentalmente en "
El proceso" y "
La metamorfosis" es reflejar una evidencia de carácter antropológico y que
Miguel Catalán formula como "la obstinada asimilación entre denuncia y culpa que convierte al acusado en acosado" o la "equivalencia profunda entre acusación y condena". La acusación, que puede ser privada (rumores, infundios, "tribunal invisible"...) o pública (imputación procesal), llevaría implícita en sí una condena degradante e irreversible. Ser acusado significa ser apartado del resto, expulsado simbólicamente del grupo. Provoca una "mancha civil" que ensucia el buen nombre y la reputación, por no hablar de los efectos procesales que desencadena la imputación pública, entre ellos quizá el más grave el de la prisión preventiva. Medida cautelar que constituye una auténtica pena anticipada que choca contra el principio de presunción de inocencia que traslada la carga de la prueba al acusador y obliga al juez a actuar en favor del reo en caso de duda (in dubio pro reo).
Pero la acusación no sólo tiene efectos sociales o jurídicos (heterocontrol), sino también psicológicos o éticos (autocontrol). El acusado no sólo sentiría episodios de vergüenza al ser mirado por los otros, sino también desarrollaría un profundo sentimiento de culpa, entendida ésta como "un instrumento interiorizado de defensa de la norma social", sentimiento de
culpa de carácter insobornable y sin absolución que se viviría de forma dramática en el interior de la propia conciencia.
Los delitos prescriben, la culpa no. Los tribunales exculpan, pero no garantizan la expiación. La
culpa busca la redención porque forma parte de esa antiquísima contabilidad que instaura toda religión y que establece como categorías éticas fundamentales la deuda-culpa y el desendeudamiento-perdón. Quizá la conciencia y la conciencia culpable nacieron juntas, o quizá este eficiente mecanismo de autocontrol fue incorporado por alguna instancia de poder. No lo sé. Sea como sea, incorporada la culpa a nuestra conciencia, ya nunca volvemos a estar soberanamente solos. Esta profunda voz de naturaleza acusatoria viola nuestra intimidad y supone en sí misma ya una condena en forma de tortura psíquica.