El sabio Martial Canterel, poseedor de un ingenio sobrehumano y una gran erudición, reúne en "Locus Solus", su particular finca a las afueras de París, una excéntrica colección de objetos, experimentos y personajes vinculados entre sí por las más inverosímiles historias, formando cadenas de acontecimientos.
Convoca allí a una serie de amigos y, ejerciendo de guía y "campeón de la palabra", les muestra su tesoro: ídolos africanos, coronas mágicas, diamantes gigantescos; sustancias casi milagrosas como el semen-contra, el aqua micans, el vitalio o la resurrectina; artilugios inverosímiles como la pavimentadora aérea o el tarot armónico, un mecanismo de relojería animado por insectos cantores. El paseo, lleno de hallazgos sorprendentes, termina horas después en una alegre cena.
La trama es simple, pero por debajo de esta simplicidad este libro esconde una máquina fascinante de engranajes ocultos activada por una fuerza motriz básica: la imaginación en estado puro, la loca de la casa brillando hiperactiva. "La obra de Roussel -según Vila-Matas- es rigurosamente imaginativa". El escritor catalán piensa como Cocteau que Roussel "no extrae más que de sí mismo" y que incluso lo que le llega de "las afueras" lo cambia para adaptarlo a su proyecto personalísimo y extra-ordinario. "Locus Solus" es un ejemplo perfecto de lo que Viktor Skolovski llama "el arte como procedimiento". Para él el fin del arte sería transmitir la impresión del objeto como visión y no como reconocimiento. Se sometería al objeto a un proceso de extrañamiento para alejarlo de la serie de asociaciones acostumbradas.
Pero esto no se consigue sin un método y Raymond Roussel lo tenía. Este escritor consiguió un estricto modelo de formalización de la fantasía basado, entre otras cosas, en infinitos juegos de palabras que daban origen a múltiples relatos y en la confección de un tejido expresivo hilado con frases que buscaban la homofonía ("Este sistema, en suma, está muy cerca de la rima. En ambos casos, la creación imprevista surge a partir de combinaciones fónicas").
Fue el propio Roussel el que poco antes de ¿suicidarse? publicó un pequeño texto -"Cómo escribí alguno de mis libros"- en el que nos descubrió el secreto de su exuberante creatividad. Su escritura -auténtica "cibernética literaria" para Dalí- transfiguraba lo cotidiano hasta convertirlo en maravilloso, provocando acercamientos contra-natura o irracionales entre objetos, circunstancias, historias y personas, que al final conseguía reunir con una trama lógica que dejaba ver sus temas recurrentes (la todopoderosa ciencia, la estrecha relación macrocosmos-microcosmos, los tesoros por descubrir, los enigmas por descifrar, el paraíso, el éxtasis, la muerte...)
A Raymond Roussel no le interesa la dimensión primaria de la realidad y sus convenciones realistas. Establece una distancia con lo real y se instala habitualmente en lo que él llama "el ámbito de la concepción", el mundo inventado, lo no sido ("La obra no puede contener nada real, ninguna observación acerca del mundo o del espíritu, nada excepto combinaciones totalmente imaginarias").
El mundo creado no se construiría pues para ser entendido, sino para ser disfrutado en su misterio y en su festividad. El mundo creado sería una "república de los sueños" en la que Roussel, según Aragon, sería el presidente; un servidor de la palabra, del "arte poético interior del lenguaje, que consigue todo un mundo pletórico de cosas, excavando bajo la capa familiar del lenguaje maravillosas galerías" que no conducen a ninguna parte, como no sea al vacío.