Según la
literatura clásica griega los tapones de cera o los tañidos de la cítara, a modo de contra-canto, fueron suficientes para que la valiente tripulación de
Ulises o la de
Orfeo no se lanzaran al agua en pos del
canto de las
sirenas. Los remeros permanecieron anclados a su banco, ajenos a la llamada de los pájaros con cabeza y pechos de mujer. Todos excepto uno:
Butes.
Butes soltó el remo, se salió de la fila y se zambulló en el mar, su corazón "ardía por escuchar". Nadó con fuerza hacia la isla de las
sirenas y pereció antes de llegar, los pájaros con rostro de mujer "le arrebataron el retorno". ¿Por qué
Butes saltó? ¿Por qué rompió la uniformidad, aun a riesgo de perder su vida? ¿Qué fuerza misteriosa lo arrastró? ¿Qué profundo y primitivo resorte accionó esta llamada animal?
Este episodio sirve a
Pascal Quignard para reflexionar acerca de la tensión existente entre dos
músicas que son en realidad dos estados del
ser. Por una parte la
música de
Orfeo, articulada, pautada, música humana que transforma al individuo en social, música ordenada y ordenante, música que hace que los hombres remen y sigan remando, música salvífica. Por otra parte el canto de las
sirenas es animal, pre-cultural, errático, es una música de perdición que lleva fuera de lo humano, conduce hacia el abismo. No es un lenguaje, es una fuerza que anonada. Resuelve allí donde el
pensamiento teme llegar.
El
canto de las
sirenas es una invitación no a escuchar, sino a aproximarse, a volver al agua, a arrojarse al agua, a nadar hacia la cosa que obsesiona liberándose de todas las precauciones. Es una invitación también a volverse intrauterino para responder a la pregunta de "¿qué pensaba antaño nuestra cabeza en el agua?", en el agua primal que tamizaba todo sonido o sensación que nos llegaba del mundo. Lanzarse al agua para recuperar "la espontaneidad soberana de la naturaleza", la animalidad anterior, la desindividuación.
"Ven aquí, aquí en la dulzura de la voz-miel, porque nosotras, nosotras conocemos los sufrimientos. Conocemos todos los sufrimientos que los dioses envían sobre la tierra de los hombres". Así hablan las
sirenas. ¿Qué pasaría si cesara el
canto de las
sirenas? Seguramente, como dice
Vladimir Holan, los ángeles cuadricéfalos del coche fúnebre nos llevarían hasta el silencio musitando entre sí: "¡bajito, bajito, no les despertéis!.
Dedicado a Jan Dismas Zelenka.