Frédérique tiene quince años. Es solitaria, reservada, respetuosa ("su manera de respetar a los otros inspiraba respeto"), inteligente, ordenada ("ordenaba hasta los estantes del vacío"), íntegra, misteriosa ("parecía que Frédérique tuviera un secreto"), nihilista. Esteta con la apariencia de un ídolo, Frédérique transmite la sensación de haber llegado muy lejos y haber vuelto contra su voluntad. Su ingreso en el "Bausler Institut", internado femenino suizo, cambia la vida de nuestra narradora y también residente en el colegio, que en su afán por conquistar a la nueva alumna acaba enamorándose de ella.
Entre estas dos internas se desarrolla una "amitié amoureuse" sin efusión física, más cercana a un pacto de sangre o a una fraternidad que a una relación amorosa convencional. Hecho nada infrecuente, dado que el Bausler Institut, como cualquier internado femenino, es un microcosmos en el que lo masculino es lo exterior y el futuro y lo femenino el único presente vivo y fragante.
La adolescencia idílica y desesperada, "los hermosos años del castigo" que transcurren entre el desasosiego y la exaltación, entre la búsqueda del absoluto y el deseo de ingresar en el mundo con todos los derechos, es sometida en estos colegios a un proceso de envejecimiento que la transforma en una "infancia senil" a través de una educación que estimula "la renuncia a las cosas bellas y el temor a las buenas noticias" y que en un giro perverso transforma la obediencia en algo voluptuoso, circunstancia de funestas consecuencias futuras.
De los ocho a los diecisiete años nuestra narradora sufre esta pedagogía desvitalizante y sus efectos, que sólo consigue superar a través de la ebriedad iniciática que le proporcionan sus paseos solitarios por las montañas y su amistad con Frédérique, en la que encuentra "algo absoluto e inaprensible", aunque profundamente perturbador. La excepcionalidad de Frédérique, su extrema madurez ("la inocencia es -dice Frédérique- un invento de los modernos"), su desapego y su alejamiento del mundo obedecen a leyes que, lejos de proporcionar ventajas adaptativas, suponen con frecuencia la autodestrucción o la locura. Sin embargo, el poder magnético de estos seres es capaz de captar poderosos afectos indefinidos.