Las estatuas de agua (Fleur Jaeggy)-Trabalibros
Las estatuas de agua
Ficha técnica:
Autor: Fleur Jaeggy
Editorial: Alpha Decay
ISBN: 978-84-92837-94-6
Número de páginas: 112
Género: Narrativa
Valoración:
"A veces sucede que te encuentras con ciertas personas de aspecto distraído, que parecen no enterarse de nada, no se fijan en los transeúntes, ni en las mujeres, ni en los hombres, andan despistados, con los bolsillos vacíos, la mirada hueca de pensamientos y, sin embargo, son las personas más apasionadas del mundo: son los coleccionistas". Beekam es uno de ellos. Huérfano de madre y niño solitario y triste, abandonó a su padre viudo para irse a vivir a un húmedo sótano de Amsterdam repleto de estatuas. Beekam las colecciona, les pone nombre. Vive y habla con ellas, observando sus rasgos de mármol y piedra a menudo amables. Allí abajo quiere vivir como un ahogado.

En el sótano pierde el control de las horas y de la vida. Vive en una especie de pausa, de intervalo, de zona vacía que ralentiza su existencia. Consciente de que la verdadera vida fluye más allá de las palabras, quizá entre ellas o incluso a pesar de ellas, se dedica a hacer "observaciones especialmente exactas" de todas las cosas insignificantes que se mueven a su alrededor. Cuando asciende del sótano pasa días enteros observando "el gradual serenarse de la naturaleza" y su mente se torna entonces triste, vaga e indecisa. Prefiere prescindir de la felicidad doméstica tan ansiada por sus semejantes, sabe que la vida en común cansa y acaba por eliminar esa especie de inocencia que tienen las personas solas.

A pesar de su capacidad casi "teológica" para vivir solo, Beekam comparte el sótano con su criado y amigo Víctor, con el que mantiene una relación de "cauto equilibrio". Una afinidad electiva los mantiene juntos, como juntos se mantuvieron Reginald -padre de Beekam- y su fiel sirviente Lampe, un hombre que parece llevar tatuado un sermón en su pacífico rostro. La vida del solitario protagonista principal entrará en una nueva fase cuando conoce a Katrin, una extraña joven que vive en esa "zona franca de la humanidad sin deseo" en la que se siente un constante desdén por la existencia, un disgusto por la vida.

Incluso las personas "complacientes" con todo lo que las aleja de la vida tienden a mantener una vía de unión con ésta: la belleza. Incapaces de retenerla a su lado, tratan de solidificarla. ¿Y qué hay más sólido que una estatua de mármol? Incapaces de disfrutarla en común, tratan de extasiarse en solitario. ¿Y qué hay más gozoso que el "éxtasis de la soledad"? La contemplación de la belleza en soledad apacigua la mente. El solitario busca la belleza para experimentar el "oscuro placer de tranquilizarse", la inocente percepción de lo excepcional y la ralentización de una vida en movimiento que se marcha demasiado pronto. En los sótanos del ensimismamiento las relaciones entre la soledad, la belleza y el tiempo se vuelven más evidentes y fraguan en estatuas de agua, en un intento por fijar lo que por naturaleza sólo fluye. Pero en el exterior la vida corre y el hombre con ella, alejándolo cada vez más de ese otro mundo conocido y perfecto al que los niños dicen querer volver.

Leer a Fleur Jaeggy no es fácil. Su mirada profunda e inteligente, su escritura densa y hermética, su voluntad de despojamiento y "concisión de epitafio" -tacha cosas ya en su cabeza antes incluso de escribirlas-, sus desasosegantes y fríos ambientes, sus perturbadores personajes, sus argumentos diluidos en favor de una yuxtaposición casi onírica de fragmentos, la sustitución de la trama por texturas neblinosas y la acumulación sutil y progresiva de resonancias temáticas múltiples hacen que sus libros sean difíciles de entender. Quizá no haya que entenderlos, tan solo leerlos con los ojos cerrados, como ella misma lee a los místicos. Quizá haya que ser un lector esencial y radical que tache también en su cabeza expectativas, prejuicios y hábitos mentales. En cualquier caso, leer a Fleur Jaeggy es siempre hermoso y desconcertante. Cada relectura nos confirma que, tras el glacial aspecto de su escritura, viven unas almas capaces de emitir "aquella luz que dan las fugaces maravillas del dolor".
Enviado por: Bruno Montano
Fleur Jaeggy-Trabalibros
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