Nací con un libro bajo el brazo. Bueno, más bien antes de nacer ya estaba rodeada de libros. Y es que tanto mi madre como mi padre iban y siguen yendo a la pequeña y encantadora librería de barrio cerca de la casa donde me criaron. Todavía estaba dando patadas dentro de la barriga de mi madre y ya podía sentir la inquietud y curiosidad que me creaba estar rodeada de tantas aventuras de tinta.
Gracias a ellos he adquirido una sensibilidad para toda palabra escrita y una fascinación que me lleva a leer los 365 días del año. Soy como un caracol que no sale de su cascarón por estar éste lleno de tesoros que descubrir. Una tarde perfecta es la que se compone de compañía felina, silencio interrumpido por algún que otro fenómeno meteorológico y un libro en el regazo.
Y es que si pudiera dar la vuelta al mundo en 80 días, caer por la madriguera del conejo blanco, pasear por las calles de San Petersburgo en una noche blanca o emprender el viaje a Ítaca…
Citando a Virginia Woolf: “Puedes cerrar todas las bibliotecas si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.