«Aquella noche lo espié por la puerta entreabierta. Parecía más viejo, encorvado sobre su mesa. Había garabateado un busto de mujer erguida, con los senos desnudos, los pies medio ocultos por una curva de las nalgas. Estaba tumbada en un futón. Dibujó un parqué, los detalles del futón, como para evitarla a ella, pero su cuerpo sin rostro exigía la vida. Una vez terminado el decorado, tomó la pluma para darle unos ojos.»
Un pequeño pueblo costero de
Corea del Sur situado a menos de setenta kilómetros de la frontera con su belicoso vecino del norte. Un
invierno casi glacial. Sin visos del turismo estacional de la época veraniega. Apenas unos pocos lugareños capean el temporal. Comercios de venta de marisco y barcos pesqueros conforman el paisaje. Un hotel decrépito al que llegan los visitantes por casualidad o mala fortuna.
Y de pronto, a dicho paisaje casi fantasmagórico, llega una noche un dibujante de cómics normando que pretende ambientar la última aventura del protagonista de sus novelas gráficas, un arqueólogo de reputada fama mundial, en el singular pueblo de
Sokcho. Es atendido por la jovencísima recepcionista del hotel de mala muerte, y así comienza una historia de gestos, miradas, palabras sin decir, dibujos sin terminar y sobre todo, silencios compartidos.
Se van mostrando los encuentros y desencuentros entre ambos personajes, su relación se podría comparar con una pequeña flor que comienza a abrirse, pétalo a pétalo, hasta que consigue florecer pero sin llegar a perdurar. Y como colofón, se presenta la idiosincrasia de una sociedad asiática anclada aún en los valores tradicionales y el rechazo por lo extranjero y la veneración de la belleza, todo ello acompañado de una buena dosis de cocina marina y paisajes que desafían el atractivo humano.
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Un invierno en Sokcho", esta ópera prima de la autora novel
Élisa Shua Dusapin (Corrèze, Francia, 1992), ha sido acogida con gran entusiasmo por los medios franceses llegando a calificarla como la revelación del invierno, y nunca mejor dicho. Dichos elogios han sido merecidos debido a la juventud de la autora, a la delicadeza y sutileza expresada mediante la parquedad en el estilo y el lenguaje empleados y por último, al acercamiento que plantea hacia realidades equidistantes a las europeas, acercando
Oriente a Occidente.
Un verdadero viaje a un mundo lejano, extraño y exótico, envuelto en el frío invernal, en el que hasta llega a brotar un tipo de pasión, compuesta por aquello que se deja sin decir, pero que no hace falta verbalizar.