"A veces pienso que nuestras enteras vidas [...] no son sino el largo y aplazado anhelo de volver a ser indetectables como cuando no habíamos nacido, invisibles, sin desprender calor, inaudibles; de callar y estarnos quietos, de desandar lo recorrido y deshacer lo ya hecho que nunca puede deshacerse, a lo sumo olvidarse si hay suerte y si nadie lo cuenta; de borrar todas las huellas que atestigüen nuestra existencia pasada y por desgracia aún presente y futura durante un tiempo. Y sin embargo no somos capaces de intentar dar cumplimiento a ese anhelo que ni siquiera nos reconocemos, o lo son tan sólo los espíritus muy valientes y fuertes, casi inhumanos [...]"
"No había nadie, no estaba enamorada de ningún otro y sabía que no lo estaría durante mucho tiempo, así que ¿por qué había inventado que tenía un amante? No lo sabía [...] Pensó que lo protegía al darle una explicación, por más trivial que ésta pareciera [...]; al fin y al cabo, las personas que estaban en pareja se enamoraban de otras personas que también estaban en pareja o estaban solas: pasaba todo el tiempo, y era tal vez doloroso, pero al menos era algo, algo que podía decirse y podía comprenderse, no lo que Ella sentía, así que no lo pensó, o lo pensó sólo por un segundo y le dijo que sí, que tenía otro, y después de mentirle cerró los ojos, como alguien que, en el momento en que el vaso resbala de sus manos, cuando ya es evidente que no va a poder asirlo, cierra los ojos porque no necesita verlo hacerse trizas en el suelo para saber que se ha roto, le basta con el estruendo".
"Ese hombre lleva sin levantar la cabeza del portátil desde que hemos salido de Madrid [...] Si nos fijamos bien, ese hombre debería ser llamativo, atractivo, el típico varón poderoso y conocedor de su propio poder. Pero hay algo en él descolocado, algo fallido y erróneo. Una ausencia de esqueleto, por así decirlo. Esto es, una ausencia completa de destino, que es como andar sin huesos. Se diría que ese hombre no ha logrado un acuerdo con la vida, un acuerdo consigo mismo, lo cual, a estas alturas ya todos lo sabemos, es el único éxito al que podemos aspirar: a llegar, como un tren, como este mismo tren, a una estación aceptable".
"En pocas palabras, ¿qué ocurría en el mundo de los adultos, en la cabeza de personas muy razonables, en sus cuerpos llenos de saber? ¿Qué los transformaba en los animales menos dignos de confianza, peores que los reptiles?
La desazón era tan grande que para estas y otras preguntas nunca busqué verdaderas respuestas. Las rechazaba en cuanto asomaban y todavía hoy me cuesta volver sobre ellas".
"¿Cuántas películas habré visto? No es serio hacer cuentas, pero a cuatro películas por semana son doscientas al año, como mínimo, y si ese régimen lo mantuve desde los ocho a los dieciocho años, suman dos mil películas [...] Cuatro meses. Esto puede dar una imagen más concreta que el número desnudo; aunque tiene el inconveniente de hacer pensar en una sola larguísima y torturante película, cuando fueron dos mil, todas distintas, intercaladas en una larga infancia, ansiosamente esperadas, y después criticadas, comparadas, contadas, recordadas. Sobre todo recordadas; almacenadas como el variado tesoro que eran. De eso puedo dar fe. Esas dos mil películas siguen vivas en mí, vivas con una vida extraña, de resurrecciones, de apariciones, como una historia de fantasmas"
"Ese es su temperamento. Su temperamento ya no va a cambiar: es demasiado viejo. Su temperamento ya está cuajado, es inamovible. Primero el cráneo, luego el temperamento: las dos partes más duras del cuerpo.
Sigue el dictado de tu temperamento. No se trata de una filosofía, él no lo dignificaría con ese nombre. Es más bien una regla, como la Regla de los Benedictinos.
Goza de buena salud, tiene la cabeza despejada. Por su profesión es, o mejor dicho, ha sido un erudito, y la erudición todavía ocupa, bien que de manera intermitente, el centro mismo de su ser. Vive de acuerdo con sus ingresos, de acuerdo con su temperamento, de acuerdo con sus medios emocionales. ¿Que si es feliz? Con arreglo a la mayoría de los criterios él diría que sí, cree que lo es. De todos modos, no ha olvidado la última intervención del coro en Edipo rey. No digáis que nadie es feliz hasta que haya muerto".
"El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas [...] En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito…"
"Cuando empezamos a leer, nuestra relación con los libros pasa por la identificación con el personaje. Así, los lectores primitivos necesitan entrar ahí (no es casual que los libros tengan el mismo mecanismo y aspecto formal que los de una puerta) para unirse a la aventura. Con el correr de los años, el lector deja de identificarse con los héroes de la ficción para identificarse con la realidad del escritor. El cómo se cuenta una historia acaba imponiéndose por encima de la historia misma. No estoy seguro, entonces, de que los lectores evolucionen. Pienso que, tal vez, acaban perdiendo algo por el camino, lo más importante: la posibilidad de ser uno con el héroe, de combatir y vencer a su lado".
[...] "Pero sólo la literatura puede proporcionar esa sensación de contacto con otra mente humana, con la integralidad de esa mente, con sus debilidades y sus grandezas, sus limitaciones, sus miserias, sus obsesiones, sus creencias: con todo cuanto la emociona, interesa, excita o repugna. Sólo la literatura permite entrar en contacto con el espíritu de un muerto, de manera más directa, más completa y más profunda que lo haría la conversación con un amigo, pues por profunda, por duradera que sea una amistad, uno nunca se entrega en una conversación tan completamente como lo hace frente a una hoja en blanco, dirigiéndose a un destinatario desconocido".
"Ya entonces me había propuesto ser escritor o no ser nada [...] No se trata de una labor de ganchillo, sino de la vida misma. No se trata de ofrecer al público una mantelería bien bordada, sino los intestinos de uno, y su hígado caliente y sus testículos de tamaño regular. Porque además eso es lo que va buscando el público con un canibalismo cultural del que no sé si he hablado ya. Más que leer un libro se trata de devorar a una persona. El hombre se nutre siempre de otro hombre. Los franceses dicen que el hombre es un animal adorador. No. Es un animal devorador. Y si usted no echa de comer a las fieras, tampoco crea que las va a engañar con repostería selecta".
"No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía [...] Galileo, en posesión de una importante verdad científica, abjuró de ella con toda tranquilidad cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál de los dos, la tierra o el sol, gira alrededor del otro. Para decirlo todo, es una futilidad. En cambio, veo que mucha gente muere porque considera que la vida no merece la pena de ser vivida. Veo a otros que se dejan matar, paradójicamente, por las ideas o ilusiones que les dan una razón de vivir (lo que llamamos una razón de vivir es al mismo tiempo una excelente razón de morir). Juzgo, pues, que el sentido de la vida es la más apremiante de las cuestiones. ¿Cómo responder a ella?"
"La persuasión, dice Carlo, es la posesión presente de la propia vida y de la propia persona, la capacidad de vivir plenamente el instante, sin sacrificarlo a algo venidero o supuestamente venidero, destruyendo así la vida en la esperanza de que pase lo más rápidamente posible. Pero la civilización es la historia de los hombres incapaces de vivir persuadidos, que construyen la enorme muralla de la retórica, la organización social del saber y del hacer para ocultarse a sí mismos la visión y la conciencia de su vacío".
"Conque había ido a parar allí con nosotros, en espera del consejo de guerra [...] No me hablaba demasiado. Pasaba horas peinándose la barba, pero, cuando me hablaba, era casi siempre de lo mismo: el medio que había descubierto para no hacer más hijos a su mujer. ¿Estaba loco de verdad? Cuando llega el momento del mundo al revés y preguntar por qué te asesinan es estar loco, resulta evidente que no hace falta gran cosa para que te tomen por loco. Hace falta que cuele, claro está, pero, cuando de lo que se trata es de evitar el gran descuartizamiento, algunos cerebros hacen esfuerzos de imaginación magníficos.
Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres".
"Intentó aunque sin lograrlo, convencerse a sí mismo de que quizá se olvidasen de él, llegando incluso a declararle desterrado. Pero, en seguida, el instinto le devolvía a la negra e inmediata realidad. La destrucción de la caracola y las muertes de Piggy y Simon cubrían la isla como una niebla. Aquellos salvajes pintados se atreverían a más y más violencias. Además, aún existía aquella indefinible relación entre él y Jack, que jamás le dejaría en paz, jamás.
Se detuvo, su rostro salpicado por el sol, y se arrimó a una rama, dispuesto a esconderse tras ella. Le sacudió un espasmo de terror y exclamó en voz alta:
- No. No son de verdad tan malos. Fue un accidente".
"Las palabras tienen su propia firmeza. La palabra en la página quizá no revele (puede ocultar) la flacidez de la mente que la concibió. > Todos los pensamientos son mejoras – alcanzan más claridad, definición, autoridad al estar impresas – es decir, están desvinculados de quien los piensa".
"¡Vivir! Tú eres mi vida. Te quiero en la misma medida en que quiero la vida. Por las mañanas salgo de la casa, me chupo un dedo y lo levanto para sentir el viento. Cuando sopla desde el noroeste, desde tu dirección, me quedo un rato de pie oliendo, concentrando mi atención con la esperanza de que a través de veinte mil kilómetros de tierra y mar me llegue alguna bocanada del olor a leche que conservas detrás de las orejas y en el pliegue del cuello.
Mi principal tarea, a partir de hoy: resistir el ansia de compartir mi muerte. Quererte a ti, amar la vida, perdonar a los vivos y marcharme sin amargura. Aceptar la muerte como algo mío y solamente mío.
¿A quién escribo entonces? La respuesta: a ti pero no a ti. A mí. A ti en mí".
"Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. La frase fue pronunciada en voz baja, en el apartamento que mis padres compraron en cuanto se casaron, en el Rione Alto, en la parte de arriba de San Giacomo dei Capri. Todo se detuvo: los espacios de Nápoles, la luz azul de un febrero gélido, aquellas palabras. Yo, en cambio, quedé a la deriva y sigo ahora a la deriva dentro de estas líneas que quieren darme una historia, y sin embargo no son nada, nada mío, nada que haya empezado de veras o haya llegado a puerto: solo una maraña que nadie, ni siquiera quien escribe en estos momentos, sabe si contiene el hilo preciso de un relato o es simplemente un dolor enredado, sin redención".
"Es extraño; aunque he renunciado a entrar de lleno en el mundo de Osiris, mi amor por Alana no acepta esa llaneza de cosa concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Detrás de esos ojos azules hay más, en el fondo de las palabras y los gemidos y los silencios alienta otro reino, respira otra Alana. Nunca se lo he dicho, la quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en comprender, en descubrir; la observo pero sin espiarla; la sigo pero sin desconfiar; amo una maravillosa estatua mutilada, un texto no terminado, un fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida".
"Toda la tristeza acumulada durante tanto tiempo, se convirtió en un motivo inagotable de sabiduría. No había misterio, entre los muchos que lo habían abrumado años atrás, comparable al de contribuir al mundo con un nuevo misterio. Y como todo lo que tocaba la poesía se hacía misterioso, hasta las cosas de siempre se ofrecían al poeta como enigmas que había que resolver. Nunca se había sentido tan dichoso, tan vivo, tan liviano. «Y sin embargo», recordó Gregorio la mañana del 4 de octubre, «aquél fue quizás el principio de mi desgracia»."
"Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo".
"Daba sus consejos al atardecer, cuando los hombres habían vuelto del campo y las mujeres habían acabado los quehaceres domésticos y las criaturas estaban ya durmiendo. Los daba en esos descampados desarbolados y pedregosos que hay en todos los pueblos del sertón, en el crucero de sus calles principales y que se hubieran podido llamar plazas si hubieran tenido bancas, glorietas, jardines o conservaran los que alguna vez tuvieron y fueron destruyendo las sequías, las plagas, la desidia. Los daba a esa hora en que el cielo del norte del Brasil, antes de oscurecerse y estrellarse, llamea entre coposas nubes blancas, grises o azuladas y hay como un vasto fuego de artificio allá en lo alto, sobre la inmensidad del mundo. Los daba a esa hora en que se prenden las fogatas para espantar a los insectos y preparar la comida, cuando disminuye el vaho sofocante y se levanta una brisa que pone a las gentes de mejor ánimo para soportar la enfermedad, el hambre y los padecimientos de la vida".
"El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea, lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos.
El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria".
"Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un rincón de la
memoria, esperando una segunda oportunidad de regresar al presente para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento, y a menudo con una elocuencia y un alcance significativo que exceden con mucho a los que tuvieron en su origen".
"El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor [...] No olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras, que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia".