"Para los desengaños siempre hay tiempo, hay dómines, hay bibliotecas. Para el amor por la poesía del pensamiento, hay Borges"
(Ezequiel de Olaso, Jugar en serio)
Nadie como
Borges supo plasmar a modo de historia conceptos existenciales tan abstractos como la
inmortalidad, el
infinito, la
eternidad, la identidad personal, la realidad, los conflictos interiores, las limitaciones de la razón, el misterio de la vida y del
universo que escapa al entendimiento de los hombres. Los
cuentos que él mismo seleccionó para completar el libro "
El Aleph" son un ejemplo perfecto de ello.
De entre sus
relatos, quizás el que recoja mejor el espíritu borgiano sea "
El Aleph", que presta su título al volumen completo.
Borges, a la vez autor y protagonista del
cuento, se presenta como un escritor enamorado platónicamente de la figura de
Beatriz, una joven ya fallecida que nunca le correspondió en vida. El protagonista sigue un ritual casi sagrado año tras año, en cada aniversario de la muerte de su amada: visitar la casa de su idolatrada
Beatriz. Cualquier excusa es buena para ser recibido por su familia y acercarse a sus muebles, a sus fotografías, a las estancias donde vivió.
Borges entabla una amistad un tanto recelosa con
Carlos Argentino Daneri, primo hermano de
Beatriz.
Daneri es un aspirante a escritor famoso, mediocre, irritante, presuntuoso y recargado en sus formas, que rivaliza con
Borges tanto en el terreno literario como en el sentimental.
Una desesperada llamada telefónica de
Daneri sorprendió un buen día a
Borges; su interlocutor le hizo saber que iban a demoler la casa donde vivió
Beatriz. La preocupación de
Daneri no era tanto por el edificio como por un increible objeto que se encontraba en un ángulo del sótano. Allí -aseguraba- había un
Aleph.
Daneri confesó a
Borges que de niño descubrió la existencia del
Aleph. Era indispensable mantenerse tumbado en el suelo del sótano para verlo; sólo así podría observarse "el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos".
Borges dudó seriamente de la cordura de su compañero, pero se apresuró a comprobar en persona el supuesto descubrimiento.
Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró "una pequeña
esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor", de tan sólo dos o tres centímetros de diámetro, que encerraba todo el espacio cósmico, todas las cosas, vistas desde todos los puntos, de forma simultánea pero sin interponerse. Vio el
Aleph, "ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible
universo".
El
Borges autor enfrenta de este modo al
Borges personaje con la imposible visión del
infinito, materializada en una
esfera donde confluyen todos los
tiempos y todos los
espacios. El juego de espejos de los dos
Borges crea entre ambos un agujero negro, por el que el lector se cuela a un mundo
fantástico que inquieta precisamente por su exceso brutal de realidad. Una idea tan compleja que no puede ser abarcada por la razón, porque sobrepasa sus límites. Lo interminable, el
infinito, el
universo, la
eternidad... conceptos que chocan con las limitaciones del hombre mortal.
Sólo un hombre mortal que haya podido superar las limitaciones humanas de percepción a través del
Aleph podrá presenciar el punto del
universo donde convergen todos los puntos, aunque por eso debe pagar un precio: el temor a que no le quede una sola cosa capaz de
sorprenderle, a que no le abandone jamás la impresión de
volver.