"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado a la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatríz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto".
Horacio Oliveira no ha escogido, pero no le cabe duda de que es ella,
la Maga, "dadora de infinito", aprendiz torpe en el terreno árido de las ideas pero maestra en el difícil y fecundo arte de la vida, la elegida. Siempre atenta a las tertulias del
Club de la Serpiente, escuchando a los intelectuales teorizar sobre la vida que ella, sencillamente, se limita a vivir desde dentro.
Lucía,
la Maga, empeñada en aprender datos inútiles que no necesita, admiradora de la cultura que otros poseen sin darse cuenta de que ella tiene algo más valioso, una visión, un entendimiento fácil de tan puro, un poder que
Oliveira, a pesar de su pensamiento analítico (o precisamente por eso mismo), no llegará siquiera a rozar.
"Te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto".
La Maga tiende puentes apoyados en un sólo extremo por los que
Horacio nunca podrá pasar. Él sufre de una patología devastadora cuyos síntomas devienen en insatisfacción e infelicidad. Sueña con llegar al centro del laberinto, al núcleo del misterio, al eje del conocimiento, al ombligo mismo.
Horacio persigue, analiza, intenta comprender a través de códigos racionales, explora con mapas erróneos. Buscando, siempre buscando. Intuye corrientes que se le escapan, pretende diseccionar sustancias etéreas con el bisturí de la razón, persigue humo con un cazamariposas.
La Maga es tan distinta... ella "nada en el río, mientras él lo mira de lejos".
Horacio Oliveira sigue buscando. Exprime con su inteligencia todo tipo de "fórmulas pragmáticas" que no le sirven más que para perderse. Busca el
centro de sí mismo, la razón de su existencia, el motivo de su ser, el alma de las cosas. Intenta desprenderse de todo, quiere que las cosas se vayan despegando de él para quedarse en esencia, prescindir de adornos para poder analizar lo importante, pero así tampoco puede verse bien. Prueba a mirarse en los demás, a encontrarse en el otro como especie, pero se da cuenta de que la aproximación sólo puede ser ligera, superficial. El otro es siempre un desconocido y cualquier viaje hacia él se convierte tan sólo en un vuelo a ras de piel. Trata de aproximarse flirteando con la locura, la razón le sugiere que ese podría ser un camino válido, pero esta estrategia sólo le lleva a la enajenación sin sentido.
La Maga tiene las claves, ¿por qué la dejaría escapar? La tuvo sin tenerla y la busca desde siempre esperando a que se produzca el encuentro casual. Ella sabe sin saber, es puerto y mar, sendero y cumbre al mismo tiempo. Es su talismán y su llave. La necesita y la ama. ¿Encontraría a
la Maga?
Rayuela es un laberinto en espiral, una casa de espejos, un montaje de cajas chinas, un dibujo de perspectivas imposibles. Sus capítulos son las piezas de un juguete para armar con infinitas posibilidades creativas. Móntese como se desee, haga usted con el texto lo que mejor le parezca, piénselo como quiera, constrúyalo (o deconstrúyalo) según le plazca -parece decirnos
Cortázar. Pero juegue con las piezas, manipule los renglones, pasee por las páginas y descanse en los recovecos del texto, amase con sus manos las ideas, mastique las palabras con deleite y relámase con la poesía que hay en ellas. Piérdase en el juego, encuéntrese, no le importe volverse a perder. Suba, baje, entre, salga, sea
Oliveira, sea
La Maga, sea
Traveler, razone pero pierda el sentido de la lógica a la vez. Deje por un momento de lado la cordura para buscar el cielo desde la tierra y dese cuenta, por fin, de que en el camino hacia el centro la razón no es una buena brújula. Asómese al agujero negro sin miedo, resbale para caer y salir después intacto, habiendo rescatado algo del fondo sin estar seguro de saber lo que es. Rompa los moldes, mire por el caleidoscopio y crea en lo que ve, porque esas imágenes existen en algún plano distinto al cotidiano. Un plano mágico y escurridizo, un universo alternativo absolutamente real que los niños conocen muy bien y que con el tiempo dejarán de visitar, alejándose cada vez más del centro, del cielo, de la solución al mayor de los misterios.