"Si no se creen nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras el asesino no tiene la culpa ni razón"
("El hombre rebelde", Albert Camus)
Entre 1935 y 1936, cuando Camus tenía 22 años, escribió 5 pequeños ensayos/relatos que publicó en Argelia en una tirada muy reducida. Reeditados por Gallimard en 1958 con el título de "El revés y el derecho" estos ensayos contienen el germen de toda su obra posterior. ("Sé que mi manantial está en El revés y el derecho, en ese mundo de pobreza y de luz en el que viví tanto tiempo y cuyo recuerdo me ampara aun de los peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento"). De estos textos especialmente nos interesa el titulado "Entre sí y no", a cuya luz podemos analizar su obra más emblemática y conocida: "El extranjero". Así mismo, "El mito de Sísifo", obra de Camus que aparece casi simultáneamente a "El extranjero", nos da las claves teóricas de la atmósfera existencialista que impregna toda la peripecia del indolente Meursault.
En el breve relato marcadamente autobiográfico y testimonial "Entre sí y no", Albert Camus recuerda cómo miraba largamente a su silenciosa y ensimismada madre, sin saber si la quería o sentía pena por ella y lo hacía "sintiéndose extranjero" ante "la indiferencia de esa madre rara", una indiferencia primitiva y honda, una indiferencia extraña. Un distanciamiento de la vida que no la conducía ni a la esperanza ni a la desesperanza. Alienación e indiferencia, seguramente las dos claves existenciales implicadas después en el efecto turbador que nos provoca la lectura de "El extranjero".
Meursault es un extranjero, es decir, un ser extraño y ajeno. Es callado ("Nunca tengo gran cosa que decir. Por eso me callo") e indolente ("Nunca había podido sentir verdadero pesar por cosa alguna"), un in-diferente que no muestra jamás preferencia o, dicho de otra manera, que prefiere no preferir. Un Bartleby anclado entre el sí y el no, equidistante tanto de la alegría como de la amargura, del amor como del resentimiento. Alguien que acaba acostumbrándose a todo y que repite, como un mantra nihilista, la idea de que todo le da igual y de que todo le es indiferente, porque "nada, nada tiene importancia".
Meursault muestra una enorme insensibilidad ante la muerte de su madre ("Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer") y agradece poder "archivar" el asunto con el entierro. No muestra interés por la amistad y la camaradería, no le da importancia al amor ni al matrimonio, ni siquiera piensa en ello. No le interesa su carrera profesional ni los ascensos. Comete un asesinato irracional bajo los efectos de un golpe de calor y, en vez de sentir pena por la víctima, siente "cierto aburrimiento". Es encarcelado y la privación de libertad sólo le genera el problema de matar el excesivo tiempo libre. Es condenado a morir en la guillotina y cuando le preguntan si tiene algo que agregar responde con un escueto "No". No cree en Dios, no quiere perder el tiempo con él y, ante la pregunta del capellán carcelario de si desea otra vida más allá de ésta le responde con una unamuniano sí, pero "¡una vida en la que pudiera recordar esta!". No quiere consuelos ultramundanos que le quiten el miedo "bien natural" a morir.
El hombre busca el sentido y el mundo calla, y lo hace con "un silencio no razonable" que provoca un divorcio entre este hombre y su vida. Desde el "hondo porvenir" no llega la esperanza, sólo un "soplo oscuro" que iguala todo y entonces nada es preferible porque nada importa. Esta existencia absurda a la que el hombre se resigna deviene en un mal de espíritu que empuja a los hombres hacia el nihilismo y la autoaniquilación.
Si hacemos una lectura existencialista de "El extranjero" llegamos a la conclusión lógica de que Meursault es un "monstruo" moral, producto de una sociedad absurda y alienante. Pero, sin embargo, si la lectura es mística llegamos a la conclusión paradójica de que nuestro protagonista es un iluminado que busca la extrema sencillez, la ataraxia, la neutralidad pasional que lo aleje, tanto de los consuelos psicológicos, ideológicos o religiosos como del asco por vivir. Un buda que busca hermanarse con "la tierna indiferencia del mundo", con "la indiferencia primitiva por todo y por uno mismo", con "la indiferencia y la tranquilidad de lo que no muere", entendiendo este hermanamiento como única forma de felicidad posible.