¿La búsqueda del saber y la verdad competen sólo a la filosofía o cabe reservar en ello algún papel a la literatura? ¿Se puede pensar narrando y relatando o sólo argumentando? ¿Hay una transversalidad posible entre ambas disciplinas que potencie a las dos? ¿La obra literaria depara verdadero conocimiento al lector o sólo busca evasión y distracción? ¿Las ideas en la literatura tienen un papel ancilar y secundario o están en su esencia? ¿Platón era un literato o un filósofo? ¿La filosofía puede considerarse literatura de conocimiento?
Filosofía y literatura nacieron entreveradas, pero su evolución posterior ha estado llena de encuentros y desencuentros, llegando a ser sus relaciones en muchos casos difíciles y poco amistosas, aunque la verdad es que las fronteras entre ambas siempre han sido permeables, de forma que lo narrativo se ha filtrado muchas veces en lo discursivo y lo discursivo ha impregnado muchas obras de ficción. Como decía Eugenio Trías, "no hay verdadera filosofía sin estilo, escritura y creación literaria, pero tampoco la hay sin elaborada forja conceptual", y no hay literatura que se precie que además de estilo, imaginación y técnica narrativa, no incorpore ciertas formaciones conceptuales o propuestas filosóficas. No sabemos, pues, cómo definir "La náusea" de Sartre. No sabemos si llamarla novela filosófica o filosofía narrada. En cualquier caso, creemos que cumple con creces los objetivos de ambas, a saber: hacernos vivir más y hacernos pensar mejor.
Antoine Roquentin, después de haber viajado unos años por Europa Central, el Norte de África y Extremo Oriente, se instala en la ciudad portuaria de Bouville con la intención de concluir sus investigaciones históricas acerca del marqués de Rollebon, un intrigante personaje de principios del XIX contemporáneo de Fouché, sobre el que se ha propuesto escribir una biografía. Una vez instalado en su nueva ciudad, Roquentin empieza a experimentar una serie de sensaciones extrañas que afectan sobre todo a su forma de percibir las cosas y de percibirse a sí mismo. Estas circunstancias alteran el "regular" ritmo de su mundo. Decide escribir un diario que le ayude a determinar con exactitud el alcance y naturaleza de los cambios que está sufriendo. Diario que no debe exagerar ni forzar la verdad, sino facilitar su comprensión sin necesidad de ficcionarla. Vive completamente solo, no recibe nada ni da nada. Hace el amor con su casera para purgarse de "ciertas melancolías", habla a veces con el autodidacto, un extraño personaje con ideales humanistas que frecuenta la misma biblioteca que él y se cita en París con Anny, su antigua pareja, una mujer indiferente a todo excepto a los "momentos perfectos", dedicada ahora a sobrevivirse incapaz ya de sentir pasiones hermosas.
Algo le sucede a Roquentin, algo se instala en él y lo hace como una enfermedad, no como una certeza o una evidencia. Ese algo va creciendo. Se acumulan en él signos precursores de una próxima conmoción. Siente miedo de lo que va a nacer, de lo que se está apoderando de él. Quiere ver claro antes de que sea demasiado tarde. Los objetos dejan de ser medios útiles y empiezan a existir como si fueran animales vivos. Los objetos lo tocan y él siente una "especie de repugnancia dulzona"..."una especie de náusea en las manos". Todo está lleno de existencia densa y pesada por todas partes, sin ninguna razón para que esté ahí, ya que "todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad". La náusea que se desprende de todo lo existente le rodea, le presiona. Los objetos que devienen en seres le exigen una explicación que él no tiene.
A partir de ese momento Roquentin empieza a sentir sobre sí la carga de todo lo existente, la angustia por no saber adivinar qué quiere el mundo de él. Profundizará en este vértigo y descubrirá que la náusea es un producto suyo, que no está en las cosas y que "no es una enfermedad ni un acceso pasajero", la náusea es él mismo. Se dará cuenta de que el hombre es arrojado a la vida, condenado a vivir y obligado a elegir. El mundo está ahí pero será el hombre, haciendo uso de su soberana pero angustiosa libertad, el que le dará la forma y el ser. "Hay cierta cosa que me necesita para nacer", afirmará Roquentin adelantando uno de los postulados existencialistas que Sartre expondrá en su obra posterior, sobre todo en "El ser y la nada" y que le llevará a afirmar que la existencia siempre precede a la esencia.
No hay ninguna razón para existir. La vida es gratuita y contingente. El hombre, junto con todo lo existente, "está de más". La tragedia del hombre es lo absurdo y confuso de su vida. Con dioses o sin ellos, el hombre está solo y desamparado. El existencialismo, sin embargo, no se limita a certificar nuestro drama como hombres sino, como bien nos recuerda Sartre en "El existencialismo es un humanismo". Esta filosofía no dejará de recordarnos nuestra responsabilidad electiva, nuestra obligación como seres indeterminados de terminarnos. Todas las posibilidades están en espera de su actualización en el momento presente, incluidos nosotros mismos como obra, pero esto ocurrirá, o no, sólo si lo elegimos. Vivir no es dar testimonio ni representar, es actuar sobre la realidad y esta actuación requerirá libertad de acción, "dureza optimista", "acción sin esperanza", compromiso total y una salida de sí que trascienda lo intra y se proyecte por "rebosamiento" hacia lo inter. Actuar y hacer algo es crear existencia y, al hacerlo desde nuestra radical libertad sufrimos, pero quizá la clave esté en que nuestro padecimiento sea glorioso y "rítmico", como el de las largas quejas del jazz en la voz del saxofón.