Leer no es buscar el significado oculto o manifiesto de lo que se lee. No se trata de descifrar, descodificar, traducir o clarificar. Leer es generar sentido desde un yo lector, sus capacidades y su biografía personalísima.
Ni una mala palabra, ni una buena acción, el tipo humano más peligroso: el bienpensante malintencionado.
Macerados en nuestras propias creencias no nos damos cuenta de que es más importante eliminar prejuicios que tener ideas nuevas. Nos volvemos más ágiles perdiendo peso que ganando músculo.
Cuando la mirada es la correcta, la realidad deja de eludirnos y se vuelve transparente, afín y cercana.
Según Demócrito, la verdad está en el fondo de un pozo. De allí vengo, del barro, y no la he visto. ¿Y si en vez de un pozo fuera una tumba?
Sólo dotándose de forma puede uno decirse y, al hacerlo, aparecer como verdad y ficción al mismo tiempo.
Nuestra mente está hecha de pozos, agujeros y colectores, entretejidos en una red subterránea de saneamiento que hace agua por todas sus juntas.
A menudo son los "nadies" de nuestra vida aquellos que pasan fugazmente por ella los que nos salvan de la "nada", a la que nos arrojan en ocasiones los "alguien" que permanecen con nosotros y que deberían ser "todo".
Las palabras sólo sirven para llevar la contabilidad de lo real, no para expresarlo. Creemos articular la realidad articulando el lenguaje, pero con ello simplemente cedemos a la compulsión muy humana y casi enfermiza por dar un significado a cada significante, violando así la autonomía de éste y su divina in-definición.
Las buenas acciones son una especie de "magia blanca" que persigue atraer sobre el oficiante los dones de un cielo más parecido a una junta arbitral que a un paraíso.
El recuerdo es el gancho cognitivo, la forma verbal-visual con la que extraemos la cosa recordada del magma neuronal donde lo vivido espera su muerte.
El espíritu tiene ojos en todos los horizontes, es un órgano global, una estructura que trabaja desde una posición ubicua interceptando el viaje de todo hacia la nada.
Una conciencia que despierta está sometida al temblor sensual de las primeras veces. Tiene siempre algo juvenil y fresco, el brillo de lo que nace y hace nacer.
Recibir "lo otro" de los otros implica hacer cambios en uno, rehabilitando nuestra pesada arquitectura mental y haciéndola permeable, diáfana y hospitalaria a fin de acomodar a los nuevos moradores. La responsabilidad de recibir "lo otro" forma parte de la obligación de crearse y recrearse continuamente.
El dolor, ese sombrío aliado de la salud, no es sólo una alarma sensorial, un chivato evolutivo, sino también la única manera de saber que ciertas partes de nosotros mismos existen: duele, luego existe; duele mucho, luego existe imperativamente.
Buscar la belleza es un forma de lucha paciente a favor de todo lo que se empeña en volvernos a traer al mundo.
La resolución a través de la disolución. Reducir lo demasiado sabido a sus componentes básicos y aplicarles una combinatoria nueva basada en procesos generativos que se funden en la magia de lo posible.
El excesivo prestigio del diálogo hace que en ocasiones no veamos que se trata de una estrategia no cruenta para tratar de alcanzar una posición de poder, una prevalencia, una tentativa de sobre-existir a través de la palabra ganadora.
Busca en ti un círculo, allí está el centro y tu cetro. Mete las manos sin miedo, allí todo es fermento y flor.
Cuando la alternativa es ir de ningún lado a cualquier otro equivalente cruzando una corriente tumultuosa quizá lo mejor sea dejarse arrastrar por el tumulto más allá de las riberas demasiado conocidas.
Todas las vidas son heroicas, animadas por un amor inexplicable y, al mismo tiempo, lastradas continuamente por el miedo y la angustia.
Mostrar la segunda intención de nuestras mejores acciones y dejar ver que sólo responden a bajos intereses personales convierte a la virtud en simple estrategia y al virtuoso en un sagaz egoísta.
Hay miradas, rostros y palabras que progresan en tu mente para vivir definitivamente en la piel de tu memoria. Son jalones clavados en el mapa inerte de lo que no fue, pero que siempre vuelve cargado de razón.
No hay una gramática del grito, ni del quejido, ni del suspiro. Simplemente brotan, salen del cuerpo arrastrando consigo algo antiquísimo: la vida defendiéndose del dolor de vivir.