Según la "Navaja de Hanlon" lo que se pueda achacar adecuadamente a la estupidez del hombre no hay que atribuirlo a su malicia. Yo voy más allá y pienso que la malicia es sólo una forma especial de estupidez emocional que combinada con la ignorancia tiene efectos devastadores en todos los ámbitos de la vida. Aunque parezca ingenuo, al final lo más inteligente es ser bueno.
A veces resulta muy difícil querer lo que deseamos y esta paradoja esterilizante nos encadena de mil maneras. Querer es hacer. Hacer es simplificar, distinguir, escoger, nivelar, apartar, suprimir. Cuando hacemos recuperamos el goce básico de la acción, el placer del uso de sí, la espontaneidad del acto, la comunión entre el deseo y la voluntad.
La palabra que sana y la palabra que infecta, la palabra que da y la palabra que quita, la palabra que enseña y la palabra que engaña, la palabra alegre y la palabra sombría. El gran juego de las palabras, las palabras de una vida construida con palabras. El entendimiento embrujado por las palabras: decir y decir sin jamás salir de lo decible. El eterno engaño, la reja lingüística.
Lo espiritual es una emanación espontánea de lo corporal. El tiempo lo ha recubierto con una pátina religioso-moral pero lo espiritual es simplemente un exudado del psiquismo. No hay una realidad material y otra espiritual, hay un cuerpo con una demanda espiritual, con un deseo de posesión poética de la realidad última de las cosas; para ello sobran las ofertas religiosas, sólo nos hace falta "candor perfecto y mirada imparcial".
¿Vivir en grado de tentativa o quitarse los guantes y palpar con cuidado aquello condenado a desvanecerse, aquello que mancha y quema? Vivir es apropiarse de la vida y quitarse de encima la muerte eligiendo libremente lo bueno y lo bello, eligiendo la ética para defender y fortalecer la existencia y la estética para gozarla y celebrarla.
Radiografía filosófica del europeo medio: idealismo alemán, profetismo judío, cartesianismo francés, estoicismo cristiano-senequista, empirismo inglés, logocentrismo griego y un poco de pragmatismo americano. Y por debajo de esto ya sólo la calavera pelada, el puro carbono. A veces me pregunto cómo nuestros delicados organismos pueden con tanta sobrecarga cultural.
Nietzsche certificó la muerte de dios o al menos su desaparición sine die. Los grandes relatos, dicen, ya no entusiasman, el desencanto los ha suplantado. Aseguran que en un mundo improvisado y provisional el sincretismo, el escepticismo y el relativismo se han convertido en un nuevo catecismo. ¿Qué queda entonces? Nos quedan los pequeños espacios de intercambio donde se entreveran poesía y prosa, sagrado y profano, trabajo y fiesta, donde se capta la intensa presencia de lo que no se ve y lo cotidiano adquiere la dignidad de lo milagroso.