Hay algo dulcemente fatigado en mi alma, de ahí viene mi melancolía, mi forma de mantener a distancia tanto la tristeza como la alegría.
No vienes, pero estás tan presente en mi deseo que desaparece el deseo y te quedas tú.
En el reino de las apariencias ¡Ay de aquel que se quite la máscara! Automáticamente será considerado un loco por el resto de enmascarados y su vida objeto de sospecha, de burla y de escarnio. Simulación o anatema, he ahí el gran dilema.
Hay lugares en la mente del hombre capaces de aligerarlo de sí hasta volverlo casi invertebrado; están llenos de metáforas y signos chocando oblicuamente.
La verdad se descubre en cada acción, en cada pensamiento, en cada emoción. La verdad no se puede patrimonializar y acumular, es un bien fungible. Cuando la usas desaparece y la ignorancia vuelve.
Pecados y virtudes, demonios y ángeles, infierno y paraíso formando un perverso bucle, una compleja maquinaria de control diseñada para demoler el cuerpo y someter al espíritu.
La verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, es más bien un tipo especial de ficción tranquilizadora para aquellos cerebros sensibles a la incertidumbre y a los excesos de la imaginación.
¿Qué quieres de verdad? ¿Qué sabes de verdad? ¿Quién eres de verdad? ¿Qué puedes de verdad? Preguntas fundamentales a las que uno responde con su vida entera, porque la verdad la dice la vida y no la boca.
La cultura es como una erección, si no apunta hacia lo más alto es sólo un colgajo.
Hay un momento en la vida en que piensas que puedes abrir cada cosa con un nombre, que nombrar es participar carnalmente de la realidad, forzar su puerta invisible. Luego te das cuenta de que los nombres acompañan a la realidad sin penetrarla, como eunucos en un exuberante harén.
Cuando la infancia, el momento dorado de las evidencias, muere de seriedad, los signos resplandecientes de la realidad se precipitan de forma ordenada e incolora hacia la invisibilidad.
La lucidez es la evolución hacia la inteligencia del mito ingenuo de la felicidad.
La diferencia entre un juicio y un prejuicio es de tipo matemático y está en el margen dado a la interpretación. En el primero las interpretaciones tienden a infinito y en el segundo tienden a cero.
Cuando le pones rostro a tus miedos ves que éste se parece mucho a personas y situaciones que conoces. El miedo a lo desconocido se lleva la fama, pero el que carda la lana es el temor a lo demasiado conocido.
El yo es una estructura volátil, el tiempo lo va erosionando y sus partículas se acumulan en estratos, como el pasado, y van perdiendo influencia a medida que se van desprendiendo del núcleo vital que las originó. Apenas sin darte cuenta ya eres otro. No importa quién fuiste, importa sólo el proceso de ir siendo. ¿Y la personalidad qué? Nada, sólo un mito, un pequeño plano de nuestro interior que ofrecemos a los demás para que puedan orientarse si tienen intención de acercarse a nosotros. El tráfico social exige ciertas "seguridades".
No debe importar tanto lo que uno quiera decir o hacer como lo que diga o haga sin querer. ¡Lo he hecho sin querer! ahí hay una acción verdadera, sin voluntad de engaño, completamente sincera, sin filtros racionales de carácter estratégico. Una inconsciencia supraconsciente.
Antes podíamos, era tan fácil. Ahora, para volver a poder hay que poder volver. Pero no sabemos cómo ni a donde. Aunque intuimos que aun existe ese lugar y no muy lejos cada vez que la luz incide oblicuamente en el cabello de nuestro niño.
En un mundo de enmascarados la máscara es el espejo del alma y quitársela es sólo una forma de mostrar la que hay debajo.
Hay dos grandes mentiras: la verdad y la realidad. Ambas se retroalimentan produciendo un efecto cegador sobre las conciencias. La verdad pretende ser el predicado de la realidad y la realidad, en un arrebato de chulería metafísica, pretende ser la dueña del ser. La realidad sustantiva y su verdad adjetiva, cabalgando juntas para generar los monstruos de la razón.
El amor del que todos hablan y al que todos afirman conocer es un fenómeno complejo y profundamente perturbador. Necesitamos de la química para explicarlo, de la lírica para cantarlo, de la filosofía para pensarlo, de la épica para soñarlo, de la psicología para analizarlo, de la sociología y la historia para contextualizarlo. Pero sólo de la sabiduría para vivirlo.
El amor es una contingencia a la que soñamos necesaria, una curiosa rareza sobre la que anhelamos fundar un destino más que humano.
Lejos de la influencia de cátedras, púlpitos y comandancias los discursos, sermones y arengas se diluyen en los territorios reconquistados a los ídolos y dejan entrever un paraiso extramundano poblado de superhombres ligeros sonrientes y resueltos, fascinados por el horizonte y deseosos como Kafka de ser pieles rojas.
Eros, cosmos y caos y en medio de todo un bípedo implume condenado a muerte busca desesperado una patria y una identidad en eterna fuga.
Inventa dioses, mitos, leyendas y paraisos pero se sigue sintiendo solo.
Gravitando alrededor del misterio se da cuenta al encontrar un pequeño fuego ocasional que aún existe el calor de la matriz y a partir de entonces su vida ya es sólo regresar.
La felicidad es un concepto invasivo. Coloniza de tal manera nuestro deseo que tiende a desbancar otros objetivos vitales de primera magnitud, como sería el sentido. Quizás sea porque el sentido hay que construirlo hasta convertirlo en destino y a la felicidad se la espera ingenuamente como algo merecido o debido.