La cultura nos mejora como personas, amplía nuestra mente pero también nuestro corazón. De nosotros depende revitalizarla o enterrarla. Revitalizarla para que dé un sentido más rico y profundo a nuestra vida o enterrarla hasta convertirnos en seres narcotizados y autocomplacientes.
Liberar el espíritu humano de la cárcel de la utilidad permite paradójicamente descubrir las utilidades insospechadas de lo inútil, lo fecunda que puede ser una mente libre dedicada al estudio curioso, lúdico y desinteresado de la realidad.
Actuar y hacer algo es crear existencia y, al hacerlo desde nuestra radical libertad sufrimos, pero quizá la clave esté en que nuestro padecimiento sea glorioso y "rítmico", como el de las largas quejas del jazz en la voz del saxofón.
"Todas las posibilidades están en espera de su actualización en el momento presente, incluidos nosotros mismos como obra, pero esto ocurrirá, o no, sólo si lo elegimos."
Somos empujados hacia "un mundo feliz", completamente organizado y uniformizado. La solución pasa por educarnos y educar para la libertad y el gobierno de uno mismo y, al hacerlo, educar sobre todo en hechos y en valores.
La pasión desinteresada por lo bello, lo bueno y lo verdadero, el cultivo del espíritu, la búsqueda del sentido, la esencialidad de lo gratuito, la profundidad del don, la voluntad de conocimiento... Motivaciones "inútiles" ajenas a la dictadura del beneficio y la ganancia, que sin embargo son las únicas que logran conectarnos con ese flujo esencial que discurre entre nuestra naturaleza finita y la infinitud del saber.
No hay ninguna razón para existir. La vida es gratuita y contingente. El hombre, junto con todo lo existente, "está de más". La tragedia del hombre es lo absurdo y confuso de su vida. Con dioses o sin ellos, el hombre está solo y desamparado.
El hombre es arrojado a la vida, condenado a vivir y obligado a elegir. El mundo está ahí pero será el hombre, haciendo uso de su soberana pero angustiosa libertad, el que le dará la forma y el ser. La existencia siempre precede a la esencia.
Estamos hechos de tal manera que necesitamos una cierta proporción de claridad y oscuridad, así como también una determinada proporción de verdad y error en nuestra vida.
Hay quien, en nombre de la transparencia, aboga por el total abandono de la esfera privada. No son conscientes de que sólo lo muerto es totalmente transparente ni de que el hombre tiene derecho al secreto, a la máscara y al enigma.
Somos seres parciales e imperfectos, de ahí que no podamos acceder a ninguna verdad absoluta, a lo más a una parcial e imperfecta como nosotros. Pero esto no debe ser un obstáculo para intentar desplazar hacia delante nuestro horizonte de conocimiento, alimentando así las posibilidades de engrandecer nuestra vida.
El pensamiento crítico, la imaginación y la empatía, tradicionalmente estimulados por la filosofía, la literatura y el arte, dejan de ser "útiles" socialmente y son expulsados hacia los márgenes, o bien integrados para su desguace. ¿Qué podemos esperar de este modelo de sociedad?
El verdadero valor y el sentido de una buena formación en el campo de las humanidades no es el de acumular conocimientos aparentemente inútiles, sino el de aprender a pensar o, mejor aún, el de potenciar nuestra capacidad de elección a la hora de decidir en qué pensar.
Envejecer de una forma plenamente humana y mantener el tono vital y la sabiduría que corresponde a nuestra edad es un difícil arte. En realidad, es más una cuestión de actitud que de años: nada hay más rejuvenecedor que buscar extensiones de nosotros mismos y no limitaciones.
El amor no derrota a la muerte, pero es la mejor apuesta que podemos hacer contra el paso del tiempo y sus accidentes.
Sigo sin saber por qué suceden las cosas ni por qué dejan de suceder. Pero con el tiempo llega una edad maravillosa en la que el desamor te hace llorar tanto como a los veinte años y redescubres que ningún acto de amor es ridículo, que sólo son ridículos los que no aman.
Nada de lo que incide en nuestra conciencia muere. Las impresiones que llegan a ella ocupan su lugar correspondiente en ese inmenso almacén que es la memoria. El funcionamiento de esta portentosa herramienta es fascinante y obedece a una serie de patrones en gran parte desconocidos. Pero existe una ley general: se recuerda mejor y con más detalle aquello que de forma consciente o inconsciente valoramos como fundamental en nuestra vida.
¿Se puede distinguir lo real de lo irreal? ¿Es la realidad únicamente la más popular de las ficciones? ¿Son nuestros sentidos y sus limitaciones los que determinan lo real? ¿Puede lo irreal producir efectos reales? En definitiva, ¿es la realidad un fraude?
Se convenció de que era un letraherido cuando, al cortarse con la hoja del libro, de la yema del dedo cayeron gotas de tinta.
Los recuerdos son unos cadáveres insumisos. Se resisten a la sepultura, al olvido. Auténticos muertos vivientes, quieren perdurar narrativamente ocupando sobre todo textos autobiográficos y memorialísticos. No pueden dejar su inmortalidad al azar.
El paso de los años no me preocupa. Pero desearía seguir siendo capaz de enternecerme con el alba, huir de la "obstinación pasiva" porque puede desgraciar una vida y volver a adquirir la sabiduría de los niños, que eligen siempre al dios más antiguo.
Riega las raíces de todo lo que crece.
Armoniza tu sabiduría con la alegría.
Defiende siempre el punto de vista soleado y las conclusiones jubilosas.
Aprender consiste en preguntar y anotar, para después seguir preguntando y seguir anotando. Si sigues esta máxima descubrirás que todas las cosas tienen su verdad, tanto lo más grande como lo más insignificante.
No te sometas, canta la canción del crecimiento y del orgullo. No tortures tu espíritu ni para defenderte ni para que te comprendan. Si llegas a tu destino, acéptalo con alegría; si no llegas, espera alegremente también.