Un montón de hojas agrupadas y encuadernadas, un aluvión de palabras mezcladas y combinadas de forma determinada, un infinito de letras unidas según un criterio individual... ¡Eso y nada más era el libro que sostenía entre las manos! Pero, si sólo era eso, ¿por qué le había influido de aquella manera? ¿Cuál era el poder invisible que escondían sus páginas?
Le alegró encontrarse con él después de tantos años. Tras las canas y arrugas nuevas, reconoció su expresión bondadosa. La ropa raída y anticuada era señal de que económicamente no le había ido bien. Pero le gustó comprobar que llevaba, tal y como ella recordaba, un libro en la mano; esta vez, prestado de una biblioteca.
Todos conocían cuál era su profesión. Pero muy pocos sabían que, dejando aparte su trabajo oficial, en realidad se dedicaba a buscar tesoros. Cuando encontraba uno, lo capturaba subrayándolo, para poderlo admirar la próxima vez que abriera ese libro.
Abrió el último cajón y ahogó un grito inoportuno. Estaba allí, el volumen de poesía que ya daba por perdido. Se alegró de que entonces sólo se editara en papel: en cada una de las páginas había quedado impregnado, para siempre, el aroma del que fue su propietario.
Era consciente de que sacar boligrafo y papel para tomar notas cada cierto tiempo hacía que los demás le miraran como un bicho raro. Lógico, ellos no sabían de la importancia de apuntar cada destello, cada semilla que potencialmente podía servirle para crear mundos nuevos.
"Un espíritu libre". Era curioso que su ex-mujer utilizara ahora la misma expresión que escogió su madre para calificarlo hace tanto tiempo. Pero ambas estaban equivocadas. Había algo de lo que nunca podía separarse durante mucho tiempo: su biblioteca.
Garabatos. Formas curvilíneas que intentan componer caracteres. Y un sentimiento incontenible que se agolpa en mi garganta cada vez que veo reflejado al adulto en construcción a través de esos trazos infantiles.
Sintió una punzada en el estómago. Después de tanto tiempo todavía le ocurría: no podía evitar sentir un pequeño ataque de celos cada vez que una nueva lectora se hacía con un ejemplar de ese libro.
El "síndrome de la página en blanco". No, eso no era lo que le estaba sucediendo a él. Estaba seguro de que su editor no había acertado con el diagnóstico: todo sería distinto si no hubiera firmado un contrato para escribir ese libro por encargo.
Dudó entre llevarse el libro de su escritor preferido o el de aquel autor desconocido al que, tras hojear unas páginas, ansiaba conocer en mayor profundidad. Escogió vivir una apasionante aventura literaria.
Devolvió el libro a la estantería y, a los pocos segundos, las arrugas volvieron a su cara y sus extremidades recobraron su tamaño. Se citó a sí misma al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, para revisitar una vez más su infancia.
Tenía que salir a la calle para cerciorarse de que todo seguía igual. Y así era, por extraño que le pareciera el mundo exterior estaba como siempre. Años después, recordará esa mañana como el día en que la lectura de un libro cambió su vida.
Le lanzó una mirada furtiva a través del cristal y se sorprendió al descubrir que ambos estaban leyendo el mismo libro. "Al fin y al cabo, puede que no seamos tan diferentes", pensó.
"A veces la vida puede ser maravillosa", pensó. Mientras, en la mesilla de noche y en la cama dormían, respectivamente, el libro y el cuerpo que había disfrutado.
Abrió la portada, espectante. Y sus sospechas de que había comprado algo más que un libro en aquella librería de viejo se confirmaron al leer aquellas sentidas letras.
La corta distancia que les separaba era una barrera insalvable. Hasta que, por equivocación, alguien los colocó juntos en la misma estantería y sus lomos comenzaron a rozarse.
-Tengo miedo- dijo ella.
-Yo también- mintió él, mientras apretaba con fuerza aquel libro entre sus manos. Sabía que podría convertir cualquier destino en su hogar, siempre que pudiera llevar consigo sus libros.
A su pesar, cerró el libro. Sus ojos acuosos empezaban a llamar la atención de los otros pasajeros. Pero, sobre todo, no quería que él interpretara la preciosa emoción que en ese momento le embargaba como dolor.
"Otra vez un libro"- pensó, mientras se esforzaba por fingir agradecimiento. No podía saber que, muchos años después, otra mano infantil abriría ese ejemplar de "La isla del tesoro" con la ilusión de quien descubre la literatura por primera vez.