Cada libro leído engrosaba la lista. Sin serlo, se jactaba de ser un gran lector. Hasta que intercambió unas palabras con uno de ellos. Entonces comprendió que no se trata de leer más, se trata de leer mejor.
Sentí que había topado con una verdad. Una de las grandes, de las que iluminan, te arrancan el corazón para mostrártelo durante un segundo y luego vuelven a meterlo dentro. Ese estado mental vino acompañado de una segunda epifanía: lo que acababa de leer, sin ningún género de dudas, era poesía.
Lo cogí antes de salir. Recuerdo haberlo metido dentro de mi bolso, con delicadeza para no dañar las tapas. Al recuperarlo, lo que vieron mis ojos no coincidió con los datos que ofrecía mi memoria. Título distinto, distinta portada. ¿Elegí yo al libro o fue él quien me eligió a mí?
Nada le dolía más que ver esa biblioteca que antes tanto frecuentaba. En algún punto indeterminado, entre los miles de libros que la fatalidad dejó huérfanos, creía percibir el espíritu de su antiguo y amado poseedor.
Duermes entre nubes de palabras.
Saltas y caen letras al suelo.
Corres y los versos se deslizan a lo largo de tu cabello.
¿Qué es literatura? ¿Y tú me lo preguntas?
Literatura eres tú.
Me preguntas por qué leo
y no sabría decirte.
Pero sé que cuando leo
trepo cumbres, surco mares,
aniquilo a mis fantasmas,
alimento sentimientos.
El libro actúa de espejo
que en lugar del exterior
proyecta lo que llevo dentro.
Se acercó tímidamente. Desconfiando, extendió el empeine hasta tocar la superficie con el dedo gordo del pie. Al poco, se encontraba flotando en el océano de palabras de aquel libro del que ya no quería salir.
En su huida apresurada, tropezó. El impacto hizo saltar por el aire el botín del robo del interior de su chaqueta hasta alcanzar el suelo. El chico salió corriendo sin mirar atrás como alma que lleva el diablo. Y no pude contener una media sonrisa al recoger el libro, pensando que el mundo no estaba totalmente perdido.
- ¡De rodillas, cara a la pared!
Los brazos me temblaban, incapaces de soportar durante más tiempo el peso de los libros sobre mis manos.
Todavía hoy, cada vez que me dispongo a disfrutar de la lectura, se me encoge el estómago cuando pienso en la paradoja de usar como instrumentos de tortura unos objetos tan maravillosos.
Se asomó al balcón y el tráfico frenético le escupió con violencia en la cara. En las aceras, docenas de humanos hormigueaban como autómatas. Entró corriendo a su cuarto, donde le esperaba, abierto, un libro. Precisaba con urgencia leer unos minutos hasta notar, poco a poco, cómo el mundo recuperaba el sentido.
Si me busco no me encuentro
escapa mi yo como arena entre los dedos
me esquivo, me fugo, me pierdo.
Justo lo contrario sucede cuando leo
las partículas de mi yo se agrupan
y fluyen en ríos hacia las páginas
ante el efecto llamada del libro.
Nunca había leído nada.
Y al conocer su secreto comprendió de repente.
Entendió la mirada vacía, la media sonrisa y el latido débil.
Era un libro por escribir.
Una vida de páginas en blanco.
Se acercó tímidamente. Extendió su empeine hasta que el dedo gordo del pie rozó la superficie. Cientos de círculos concéntricos se multiplicaron en la superficie ante su mirada fascinada. Entonces, tomó carrerilla y se sumergió de cabeza en las profundidades del libro.
Tengo en mí todos los libros. Los que conozco y los que no conozco. Los que he leído y los que no he leído. Pero no podría rescatar retazos de la maravilla que poseo si no fuera por ellos.
Le faltaban las ganas de vivir en la misma proporción en que antes le sobraban. Tenía hambre de vida que, por culpa de la cotidianidad, nunca era saciada. Hasta que descubrió la literatura, una medicina sin contraindicaciones cuyo principio activo era pura vida envasada.
Yacía en el suelo. La gravedad caprichosa lo había dejado abierto por cualquier página.
Por si acaso el destino hubiera escogido esta forma para enviarle un mensaje lo cogió, acercándolo hasta una distancia que le permitiera leerlo. Y aquellas palabras dormidas se abalanzaron sobre él, incrustándose en un corazón que a partir de ese momento comenzó a ablandarse.
- ¿Cuántos libros hacen falta para ser un buen lector? -le pregunté.
- Para ser un buen lector es imprescindible haber leído muchos libros -sentenció- pero esta no es la única condición. Un buen lector no es el que lee mucho, sino el que al hacerlo aprende a leer bien. Leer, al igual que escribir, es un arte difícil de aprender.
Me froté los ojos con fuerza para cerciorarme de que no se trataba de un engaño de mis sentidos. Las letras seguían borrosas. Abrí otro libro, y otro, y otro más. De pronto sentí cómo la biblioteca, con todas aquellas letras de molde desleídas evaporándose de los libros, se convertía en un escenario apocalíptico. Una única idea martilleaba mi cabeza: Todo está perdido.
- Sígueme- me dijo. Y, agarrando mi mano, tiró de ella con fuerza.
Atravesé ríos, océanos y montañas. Sobrevolé por paisajes oníricos hasta llegar a terra incógnita. Emprendí sin darme cuenta un viaje sin retorno, porque una vez iniciado el vertiginoso camino de la literatura ya no hay vuelta atrás.
Para él, la vida era rica, intensa y completa. Si no le había encontrado el sentido, lo cierto es que ya no lo buscaba. Le pregunté el secreto. Nunca me lo dijo. Pero sospecho que tenía algo que ver con los miles de libros que tapizaban las paredes de su casa.
Muchos reconocen la dificultad de convertirse en un buen escritor. Ser capaz de transformar la escritura en un arte es algo que se admira comunmente. Pero hay algo tremendamente difícil en lo que nadie repara: hacer de la lectura un arte, llegar a ser un buen lector.
Le gustaba conversar. Disfrutaba de un buen cuadro, una pieza musical o una película. Pero nunca dejó de leer. Solía decir que hay cosas que sólo te dan los libros.
Aquella confesión le daba mucho que pensar. Las palabras de su padre orbitaban sin cesar en su mente. "El que no lee no vive", repetía su pensamiento. ¿A qué se refería exactamente? No podía saberlo todavía. Mientras, en la biblioteca de su buhardilla miles de libros aguardaban pacientes, deseando poder explicárselo.
Podría conformarme con vivir la literatura, pero prefiero ir más allá y literaturizar la vida.