Yacía en el suelo. La gravedad caprichosa lo había dejado abierto por cualquier página.
Por si acaso el destino hubiera escogido esta forma para enviarle un mensaje lo cogió, acercándolo hasta una distancia que le permitiera leerlo. Y aquellas palabras dormidas se abalanzaron sobre él, incrustándose en un corazón que a partir de ese momento comenzó a ablandarse.
- ¿Cuántos libros hacen falta para ser un buen lector? -le pregunté.
- Para ser un buen lector es imprescindible haber leído muchos libros -sentenció- pero esta no es la única condición. Un buen lector no es el que lee mucho, sino el que al hacerlo aprende a leer bien. Leer, al igual que escribir, es un arte difícil de aprender.
Me froté los ojos con fuerza para cerciorarme de que no se trataba de un engaño de mis sentidos. Las letras seguían borrosas. Abrí otro libro, y otro, y otro más. De pronto sentí cómo la biblioteca, con todas aquellas letras de molde desleídas evaporándose de los libros, se convertía en un escenario apocalíptico. Una única idea martilleaba mi cabeza: Todo está perdido.
- Sígueme- me dijo. Y, agarrando mi mano, tiró de ella con fuerza.
Atravesé ríos, océanos y montañas. Sobrevolé por paisajes oníricos hasta llegar a terra incógnita. Emprendí sin darme cuenta un viaje sin retorno, porque una vez iniciado el vertiginoso camino de la literatura ya no hay vuelta atrás.
Para él, la vida era rica, intensa y completa. Si no le había encontrado el sentido, lo cierto es que ya no lo buscaba. Le pregunté el secreto. Nunca me lo dijo. Pero sospecho que tenía algo que ver con los miles de libros que tapizaban las paredes de su casa.
Muchos reconocen la dificultad de convertirse en un buen escritor. Ser capaz de transformar la escritura en un arte es algo que se admira comunmente. Pero hay algo tremendamente difícil en lo que nadie repara: hacer de la lectura un arte, llegar a ser un buen lector.
Le gustaba conversar. Disfrutaba de un buen cuadro, una pieza musical o una película. Pero nunca dejó de leer. Solía decir que hay cosas que sólo te dan los libros.
Aquella confesión le daba mucho que pensar. Las palabras de su padre orbitaban sin cesar en su mente. "El que no lee no vive", repetía su pensamiento. ¿A qué se refería exactamente? No podía saberlo todavía. Mientras, en la biblioteca de su buhardilla miles de libros aguardaban pacientes, deseando poder explicárselo.
Podría conformarme con vivir la literatura, pero prefiero ir más allá y literaturizar la vida.
Traduces mi pasado de signos indescifrables.
Lees mi presente con transparencia meridiana.
Desearía que escribieras junto a mí nuestro futuro.
Hay lecturas que sirven para pasar el rato,
textos que entretienen, enganchan o divierten.
El lector los lee sin dificultad,
se deja llevar por sensaciones, sentimientos y aventuras
y disfruta mientras duran de una vida paralela.
Pero existen otros tipos de lecturas,
libros que exigen un nivel superior de lector
y que ofrecen, a su vez,
un pasaje hacia un nivel superior de vida.
"La vida te da sorpresas" -pensaba. Si hubiera dependido únicamente de él, nunca habría escogido ese libro que abrió con cierta desconfianza pero cerró con placer.
Salgo de expedición.
Busco nuevas ideas, mundos nuevos, nuevos puntos de vista.
Pero siempre vuelvo.
Vuelvo a lo básico, a lo auténtico, a lo esencial.
Vuelvo a las caricias, los besos y los abrazos.
Vuelvo a bucear entre lecturas.
Siempre vuelvo a ti,
a la tierra madre.
Depositó el libro en la palma de su mano con sumo cuidado. Con voz temblorosa le susurró al oído: "Ten valor, después no volverás a ser el mismo".
Se sintió en la obligación de advertirle. Leer es una actividad de alto riesgo y tal vez su amigo aún desconocía el poder transformador que puede tener un libro.
Solía decir que escribía para ordenar sus ideas.
En realidad escribía para liberarlas, para echarlas a volar y dejarlas caer en mágico desorden, como las hojas caducas de un árbol centenario que están siendo atravesadas por un otoño reflexivo.
Te recorren inquietudes que no identificas. Te faltan datos. Nos faltan datos. Demasiadas incógnitas sobre la vida.
Permaneces en estado de alerta. Los sentidos desplegados. La mente abierta.
Y buscas. Buscas entre líneas que otros escribieron, mientras intuyes que la lectura es, tal vez, el sendero mejor iluminado hacia el sentido.
Libro en mano. Ojos entornados.
Visitas mundos ajenos que fueron creados a tu medida.
Desde el otro extremo del cuarto soy testigo de la maravilla.
No levantes la vista. No destruyas este momento.
Nunca fuiste más tú que en este preciso instante.
Cuando quise devolver aquel libro a su estante, ya no pude. Los volúmenes que durante tanto tiempo fueron sus vecinos habían recuperado el sitio que les correspondía por derecho. El espacio que ocupaba ese libro antes fue repartido y ocupado con alivio por los demás. Y decidí ponerlo en otro sitio y dejarlos respirar.
¿Quieres saber por qué leo?
Leo para tener y contener, para aprender y desaprender, para volar y sobrevolar.
Leo con todos mis sentidos para acariciar el sinsentido.
Leo con la ansiedad del que quiere calmar su ansia de ser.
Mares de ideas. Océanos de historias.
Montañas de papel. Praderas de palabras.
Y tú, al otro lado, invitándome a cruzarlas.
Somos demasiado distintos.
Yo, que me cuesta tanto pasar página.
Tú, siempre deseando comenzar libro nuevo.
Lo nuestro tiende al fracaso porque nunca leeremos el mismo libro.
Hay libros tibios. Grises, blandos, inertes. Abandónalos pronto. No pierdas tiempo ni gastes energía con ellos. La necesitarás toda más adelante, cuando tus ojos se tropiecen con uno de esos textos de fuego que te agarra las entrañas y te vuelve del revés.
Las bibliotecas son lugares especiales. Puntos que concentran pasiones, sueños y sabiduría. Universos mínimos que proyectan su contenido en infinitas direcciones. Altares desde los que se practica la liturgia de convocar algo profundamente humano.
Se desnudó despacio, débilmente y desde dentro.
Se desnudó sin pudor, vanidad ni picardía.
Se desnudó tanto que tuve la sensación de que podía leerle.