La vida humana no es simplemente azarosa o caprichosa. Los enigmas culturales, que tanto gustan a antropólogos y sociólogos, han permanecido rodeados de un aura misteriosa porque se ha pretendido comprenderlos con explicaciones "espiritualizadas" e incluso sobrenaturales, en vez de buscar sus causas puramente materiales de tipo práctico y utilitarista. Estas causas suelen ser sencillas, pero se hallan ocultas bajo capas ancestrales y sedimentadas de mitos y leyendas, resultando muy laborioso limpiarlas de esta forma de adherencias religiosas, mágicas y espirituales.
Este tipo de enfoque pragmático recibe el nombre de "materialismo cultural" y parte de la sencilla premisa de que la vida social humana es una reacción a los problemas prácticos de la existencia cotidiana. El "materialismo cultural" reconoce sus deudas con el marxismo (sobre todo con la idea de que la producción de los medios materiales de subsistencia forma la base a partir de la que se desarrollan las instituciones políticas, económicas, jurídicas y religiosas) pero se define como "una estrategia no hegeliana cuyos presupuestos epistemológicos entroncan con las tradiciones filosóficas de David Hume y el empirismo británico, presupuestos que desembocaron en Darwin, Spencer, Tylor, Morgan, Frazer, Boas y el nacimiento de la antropología como disciplina académica".
Marvin Harris piensa que esta teoría es más eficaz dando explicaciones sobre las causas de los fenómenos socioculturales que cualquiera de las alternativas existentes: sociobiología, estructuralismo, enfoques cognitivistas y psicologistas, eclecticismo y cualquier explicación materialista-reduccionista de tipo biológico, etológico o racial.
Partiendo de este enfoque materialista y aplicándolo a determinados enigmas culturales, Harris consigue llegar a explicaciones inesperadas pero convincentes que nos seducen por su lógica impecable y su sencillez. A través del "materialismo cultural" descubrimos que las vacas en la India son más rentables vivas que consumidas como carne y que es por eso por lo que no se las sacrifica y no porque sean animales sagrados; que los cerdos, tan denostados por el judaísmo y el Islam por ser sucios, contaminantes y transmisores de pecados, en realidad no había que criarlos porque constituían una amenaza para el ecosistema natural del Oriente Medio al ser competidores directos del hombre; que las guerras primitivas, más que vengar afrentas, dar salida a instintos agresivos o ser formas de apoderarse del alma de los enemigos, eran una estrategia adaptativa que perseguía controlar la población, limitando la cría de hembras y maximizando el número de varones adultos listos para el combate.
En fin, Marvin Harris nos ofrece en "Vacas, cerdos, guerras y brujas" una refrescante dosis de objetividad que nos ayuda a salir de la confusión respecto a los diferentes estilos de vida y a evitar el "retorno de las brujas y de los mesías" y con ellos modos de conciencia involutivos, etnocéntricos o irracionales. Como dice Harris, "si luchamos por desmitificar nuestra conciencia ordinaria, mejoraremos las perspectivas de paz y justicia económica y política".