"Con sus pequeños prodigios la vida se va espesando a base de certezas y algunos remordimientos".
(Use Lahoz, "Los Baldrich")
Cuando te acercas "peligrosamente" a los treinta ciertas urgencias biográficas unidas a presiones sociales te obligan a tomar determinadas decisiones y es el momento de tomarlas porque, aun siendo tarde para que sea demasiado pronto, es aun pronto para que sea demasiado tarde. En este momento de tu vida la mayor parte de las opciones siguen abiertas pero no es fácil decantarse, cualquier elección implica pérdidas sangrantes, renuncias sensibles y abandonos culpables. Todo movimiento existencial que suponga un cambio de "statu quo" tiene un motor que lo anima -la necesidad- y un freno que lo lastra -el miedo-. La madurez estaría en equilibrar ambos de forma que se pueda conseguir un balance final satisfactorio en el que los sueños y las responsabilidades acaben dándose la mano.
Sylvain se halla en esta encrucijada vital. Su vida aun no tiene un norte ("cuanto más siento que tengo que ordenar mi vida más me la complico. Puedo tomar cualquier cosa menos decisiones") y cierta inmadurez emocional lo hace dependiente de su antigua pareja y de los consejos de un sabio amigo encargado de "remendarle el sinsentido". Viaja desde su París natal a Madrid por motivos de trabajo y en esta ciudad, "marmita de tentaciones y reino de las casualidades", se encontrará con su pasado, Heike Krüger, la novia que lo abandonó pero de la que sigue enamorado y con la que mantiene espectativas -"esas sabandijas traicioneras que transcurren en dirección contraria a la realidad"- de revivir su relación. Pero también se encontrará con su futuro, cuya clave está en un manuscrito inédito caído en sus manos por casualidad y que le muestra un modelo vital cargado de sentido.
La vida está llena de desencuentros. Algunos de ellos quizá mantengan "la ilusión de lo perfecto", pero otros te obligan a reinventarte desde la raíz. En este proceso de renacimiento la melancolía o la masticación agridulce del pasado glorioso no ayuda nada. El ansia por recorrer el mundo, la sensación de inmortalidad, el nomadismo emocional, la "irresponsabilidad consciente" y los sueños de eterna juventud dejan paso a la comprensión profunda de que todos los lugares son el mismo lugar y de que todas las personas pueden habitar en una sola. Pero no nos engañemos, madurar no implica deshacerse del miedo, la duda y la culpa -auténtico tridente diabólico-, significa desarrollar la capacidad para no creernos nuestras propias mentiras y la habilidad de entender y perdonar las de los demás. En todo caso y ante la duda, podemos aplicar siempre un antiguo principio del Popol-Vuh que dice que "Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca".