"Nos fascina, ante todo, un personaje de esta novela aparentemente secundario, pero que adquiere un papel clave en la resolución de la misma: el sargento Ventura Borrás, caballero legionario de alma templada en los Tercios norteafricanos. Ventura Borrás, que parece sacado de una película de Sam Peckinpah, representa la figura siempre admirada tanto en la literatura como en el cine del hombre que se comporta con rectitud, valor y sangre fría a ambos lados de la ley. Creemos que este personaje está llamado a convertirse en un perfecto héroe literario si Ramón Palomar decide desarrollar su perfil en futuras novelas, cosa que esperamos".
(Reseña de "Sesenta kilos". Trabalibros, 2013.)
Al norte de la ciudad de París, en el actual barrio de Les Halles, desde el siglo XIII existía otra ciudad habitada por prostitutas, mendigos, ladrones, sicarios y demás gente del hampa. En esas estrechas callejuelas medievales los niños eran educados para la delincuencia por los "
archisupots", verdaderos eruditos del crimen que instruían en las diversas modalidades del mismo. En esta infraciudad llamada por el historiador Henri Sauval la "
Corte de los Milagros" tenían su propia ley, su propio argot, su propio gobierno e incluso su propio rey, al que llamaban "Roi des Thunes" o "Gran Coesre". Este era sin duda el lugar más peligroso de París, incluso de Francia. Ni siquiera la policía o el ejército entraban en él. En 1667 el Rey Sol intentó erradicar esta curiosa "Corte", pero sólo la demolición completa y reurbanización de la zona a principios del siglo XIX logró este objetivo.
La "Corte de los Milagros" parisina inspiró a autores de la talla de
Victor Hugo, que la reflejó en algunas de sus obras ("Nuestra Señora de París", "El jorobado de Notre Dame"...) Incluso en España,
Valle-Inclán tituló una sátira suya sobre el reinado de Isabel II (recordemos que el pueblo se echó a la calle al grito de "Abajo la Isabelona / golfona y fondona") "La Corte de los Milagros", dentro de su gran proyecto literario "
El ruedo ibérico".
¿Por qué cuento esto? Porque las tres novelas criminales, que no policiales, de
Ramón Palomar ("
Sesenta kilos", "
La gallera" y "
El novio de la muerte") tienen un denominador común más allá del tono, el estilo y la voz, y es el intento de reflejar nuestra particular "Corte de los Milagros" hispana. Consigue con esta trilogía dar entidad de contramundo al hampa carpetovetónica con su propia idiosincrasia y esencias patrias. El mundo criminal español y mediterráneo es tan rico y lleno de posibilidades literarias como cualquier otro y Palomar, desde su obra narrativa -auténtico "
spanish pulp"- reivindica la "riqueza criminal" de nuestra tierra, capaz de dar a luz personajes de la talla de Ventura Borrás.
Ventura Borrás, que era un personaje secundario aunque de lujo en las dos primeras novelas de esta trilogía, adquiere en "
El novio de la muerte" el protagonismo absoluto. Asistimos en esta novela a la genealogía sentimental, espiritual, moral y criminal del joven Ventura. Huérfano de madre en los años 50 del siglo XX, será criado por sus vecinas y educado por su padre, Genaro Borrás, "el cíclope", un tipo serio, seco, de raza numantina y falangista de pro, y por el mejor amigo de éste, Luis de Santa Bárbara, "Santa", camisa azul también y dueño de un lenguaje florido y rebuscado "como de hidalgo sin hacienda que cuida las formas", un auténtico "poeta dentro de un vampiro".
Ambos mentores "proyectan una virilidad desquiciada de hombres fuera de tiempo, de hombres leales, de hombres equivocados". Ambos mentores, a partes iguales, instruyen al joven Ventura en el "energumenismo romántico", un credo que combina la sangre y las palabras grandilocuentes, la violencia y el mensaje redentor, el misticismo y el instinto, y cuyos símbolos son "un crucifijo de latón y un escudo con el yugo y las flechas". Ambos mentores someten a Ventura desde los doce años a una disciplina espartana que combina el boxeo, las armas y las técnicas de observación, y todo ello permeado por un adoctrinamiento espiritual bizarro, gallardo, sentimental y patriotero. Ventura crecerá a base de hostias y sustos, teniendo muy claro que "en esta vida se mata y se muere" y que una de las formas de hacerse hombre es matando, porque "cuando matas evolucionas. Cuando matas progresas. Cuando matas vives".
Ventura es obligado a huir de la península y se refugia en el sur, en África, en la
Legión Española. Y descubre en el
Tercio del Gran Capitán "a la familia numerosa que jamás tuvo" y a los amigos que hasta ahora no había disfrutado. "Nadie en el tercio sabía quién era aquel legionario, tan audaz y temerario que a la Legión se alistó. Nadie sabía su historia, mas la Legión suponía que un gran dolor le mordía como un lobo el corazón". Pero no era el dolor sino la rabia lo que le mordía el corazón a Ventura. La rabia del huérfano que no conoció a su madre, una rabia "reconcentrada y pegajosa" pero muy útil -Ventura es pragmático y ambicioso- a la hora de conseguir su gran sueño: levantar y preservar un imperio del mal, que partiendo de Tánger y Ceuta lo lance a la conquista de la península.
Ventura Borrás sería un ejemplo perfecto de lo que en 1951 el psiquiatra y psicoanalista británico John Bowlby, en el entorno de la clínica Tavistock llamó "maternal deprivation", al considerar que la ausencia de contacto íntimo maternofilial durante la infancia podía abocar al ser humano hacia la delincuencia. Si bien es verdad que Ventura sufrió esta deprivación temprana y esto pudo ser un factor criminógeno, ello no lo inhabilitó para la amistad (Chicote, Miranda, Pepe), el amor (Sodia) y la lealtad y el respeto (Genaro, Santa, Navarro). De ahí que Ventura acabe seduciéndonos y despertando nuestra simpatía, nuestra empatía y, por qué no decirlo, nuestra admiración. ¡A mí la Legión! ¡A mí Ventura! ¡Viva la muerte!.